Por Federico Bruno
Son las 17:00 y aún no dieron sala. Pierre León y Matías Piñeiro conversan en el pasillo de los cines Paseo Aldrey mediante un fluido francés sobre la programación del 31° Festival Internacional de Cine de Mar del Plata, son humildes y hablan de los demás. Seamos honestos, ellos son de las más grandes figuras que visitan esta edición: Hermia & Helena se mide en la Competencia Internacional y la retrospectiva de Pierre León aglutina 13 películas y un cortometraje. Esta reunión cumbre surgió a partir de una idea de la revista cinéfila y temática Las naves: los integrantes de la revista y editorial también se suman a la charla informal; serán los moderadores cuando termine de responder preguntas Mercedes Alfonsín y se renueve el auditorio del ALD 3 (para optimizar el tiempo entre tantas películas y actividades se terminan adquiriendo involuntariamente ciertas reglas mnemotécnicas).
Pierre se sienta en la alfombra para amenizar la espera y empieza a hojear una de las revistas -bilingüe- de cine contemporáneo que pronto serán presentadas en público. La curiosidad por su figura es particular, contemplando que su filmografía esquivó la distribución en Argentina desde tiempos inmemoriales. Matías, que bien podría ser su hijo, viene especialmente de Nueva York donde mudó su cine y su hogar, tiene una camisa blanca impoluta arremangada mientras que Pierre viste una escocesa moderna y algo arrugada. La fila se organiza tranquila y paciente, son menos de 40 personas que se miran entre sí saboreando un buen augurio. ¿O acaso los mejores momentos en los festivales no son así de sectarios?
Ya dentro de la sala (al fin) y luego de una brevísima presentación de los que dirigen Las Naves les tocó hablar a los realizadores, esta vez frente a un micrófono.
-¿De dónde son?
-MP: Desde hace 6 años años que voy y vuelvo de Nueva York. Lo tomo como un desafío para ver las cosas de otra manera, ampliar las posibilidades y contradecirme. Me fui por mi novio que viajó por un doctorado. Esta última película -Hermia & Helena- es de acá y de allá, es raro, estando allá me la paso hablando en español por el celular con mis amigos pero apenas salgo a comprar algo al supermercado el otro idioma llega y me pega un latigazo. Las relaciones que forjé ya instalado en Estados Unidos empezaron en alguna sala de cine, así pude entenderme mejor. Dejar el país en su momento fue para mí dejar de ser director de cine, como antítesis de la fama. En el contexto del cine independiente no creo tener un diálogo, basta ver mis películas para darse cuenta que la sigo pifiando si quiero “hacer carrera”. La primera vez que volví a mi casa después de un viaje largo tuve la sensación que era mucho más pequeña de lo que recordaba, cambió mucho mi percepción en montones de cosas.
-PL: Yo lo entiendo bastante a Matías. Nací en Moscú y me fui a vivir a París a los 15, no siento más a un lugar que a otro como mi hogar. Donde esté lo será. Todos somos productos de la misma historia; nunca negué la parte soviética que vive en mí -su madre es rusa-. Dentro de mi familia había mucha nostalgia que decidí no compartir: cuando estaban en “X” extrañaban “Y”. Rusia volvió mucho en mis películas, esa cosa exótica del paisaje fue lo primero que se filtró, no las traducciones o relaciones obvias. El pasaje de un idioma a otro no es la única forma de traducción que existe, el cine es una traducción en sí mismo. Por ejemplo, usé música rusa en mis películas francesas y el impacto que produce en el espectador es increíble. Lo moviliza y sorprende.
-Todos viajan.
-MP: No soy el único que viaja, los otros también lo terminan haciendo y los grupos afectivos terminan armando una red internacional. Encontrar el cambio entre unas películas y otras con tanto desplazamiento en el medio es un tema nuevo. Agustina Muñoz, protagonista de varias de mis películas, se fue por una beca a Holanda un tiempo largo. Eso deja marcas. La red refuerza las particularidades más que borronearlas, quedan los gestos nuestros. Ahora estoy pensando filmar con un amigo de España en Portugal, pero no sabemos todavía qué tipo de película será o la forma que adopte. El miedo que le tenía a Nueva York era terminar con un film que desconociera a todos los anteriores que hice. Ya sin esa preocupación puedo plantear algunas cosas mejor, conectar con otras personas que comparten estos códigos y obrar por otro tipo de encuentros. El viaje es la exposición, es confrontar estos desafíos. El viaje es el misterio y el movimiento uno de los temas que me interesan.
-Voy a filmar a otro lado, ¿qué llevo?
-PL: Rara vez filmé fuera de Francia, sólo un poco en Portugal y otro poco en Rusia. Cuando uno va a otros países no puede llevar consigo todo lo que usa habitualmente e implantarlo en ese nuevo lugar, una de las cosas que a mí me sigue impactando es la luz de determinados lugares, lugares extraños. A mí me aportan mucho esos detalles… Ahora pienso en la luz de Lisboa; es distinta. Lo mismo se aplica al sonido y a los gestos de las personas, eso es lo que me da el interés en seguir viajando. Conozco algunos directores que cada vez que cambian locaciones se llevan su burbuja, mudan su país a otro lugar. No es así, hay que ver cómo las nociones que traemos se pueden enriquecer con los demás. Que abran los ojos, están a tiempo.
-Ciudades clichés.
-MP: Era uno de los desafíos más grandes, filmar Hermia & Helena en un lugar tan estereotipado, hay tanto cine ahí que es una ciudad que se filma sola. Fuimos decididos a evitarlo, a escapar de esa enciclopedia de imágenes de lo que uno ve en los diarios, en las películas y en la tele. Entré a la película con esa idea, incluso antes de escribir cualquier guión. Pero costó y lo van a entender con este ejemplo: un día estaba en la casa de unos amigos, en su terraza, y vi desde ahí un parque que supe que terminaría filmando. Me recordó mucho a una escena de La princesa de Francia, mi película anterior. Tenía la misma geometría, el mismo sentido. Me gusta poner marcadores que comuniquen unas películas con otras, me interesaba. Empecé a desarrollar esta nueva película a partir de ese espacio, lo que tiene de particular es que está en medio de China Town y City Hall, la parte burocrática donde está la cárcel y Wall Street. Era un lugar donde nada era puro, como si fuese un fundido. Me sedujo mucho esa cosa de estar en el medio. Del lado de China Town las casas bajas me sonaron parecidas al barrio de Once y muy cerca tenía un buen perfil de la ciudad: donde estarían las torres gemelas. Llegue ahí la primera vez con la protagonista (que estaba por un evento algunos días) y sin el fotógrafo, le pedí a un amigo texano que está en el tema una mano. Ordenando la escena noté que mi amigo no dejaba de mirar hacia la zona marginal, eso me salvó. Yo que me había dispuesto a evitar los estereotipos estaba a punto de caer en uno enorme y en la primera escena. De eso se trata trabajar en grupo, observar, escuchar y cuando amerita darle la razón al compañero. No hace falta filmar la escena del taxi en Nueva York, ya va a aparecer ese amarillo en otro lado. Es cuestión de tiempo y de paciencia.
-¿Se filma donde se quiere o se puede?
-PL: Bueno, es muy gracioso esto que dice Matías. Mi última película -Deux Rémi, deux- fue filmada en Bordeaux una ciudad que desconocía completamente hasta que recibimos fondos de ese lugar para filmar allí. Quise hacer los planos de la manera que un americano filmaría en París, con el estilo hollywoodense que ustedes por supuesto ya conocen. Eso generó un mix con la geografía real; me pareció gracioso y fue honesto porque no podía ponerme a investigar con tan poco tiempo. Esperaba lograr de esta manera un efecto de desentendimiento que se lleve bien con esta idea del doppelgänger que tanto me gusta. Hicimos algo muy imaginario e inspirador. Mi primer film surgió de manera inconsciente, a partir de un libro de viajes que me había encantado y pretendía resignificar. Hacía los escenarios con una tela, los volvía a pintar para cambiarlos y emulaba los periplos entre dos paredes. En ese momento no tenía los derechos legales de la obra, pero fue una buena forma de divertirme con mis amigos. Ahora si me lo propusiera hacer de vuelta no sabría ni por dónde empezar.
-MP: Podría llevar esa relación con los libros de Sarmiento, los de antes, es español pero en realidad no es español. Incluso la manera en cómo está organizada una frase, qué pasa cuando a una persona de 27 años le hacés decir una línea escrita en el Siglo XVII. Hay que trabajar ahí: reacomodar parte del texto para labios más ligeros. Respecto a Shakespeare le debo mucho a una reedición que hizo la Editorial Norma hace aproximadamente 15 años con traducciones no ibéricas, es decir que no estuvieron los españoles de siempre y lo más importante, sin notas al pie. Esos libros para mí fueron oro, de ahí pasé al original para releer algunas cosas que me quedaron dando vueltas. Acá en Argentina leímos siempre -malas- traducciones de España y con el vosotros mucho no podés hacer. Incluso a mí me cuesta mucho manejar el verbo compuesto y hasta el futuro simple. Con un buen texto de base las cosas fluyen, si antes lo hacían por qué no ahora. Es un buen desafío para volver a leer algunos clásicos.
-P.L: Esto me hace acordar a una anécdota de Howard Hawks que estaba trabajando con el novelista William Faulkner para la película Tierra de faraones y se puso muy molesto cuando el director insistió en preguntarle “¿cómo hablan los faraones?”. Subestiman a la literatura. Creo en la existencia de múltiples lenguajes del cine, lo estudié mucho y sigo en eso. Adapté a Chejov y Dostoievski sin ser muy fiel a ellos. Para mí son junto a otros autores como Dickens fabulosos escritores y estupendos cineastas, indagan en la psicología más profunda de los personajes y permiten que los actores tengan mucha libertad. Esto me permite ser un poco perezoso, les dejo tomar el texto y ya es suficiente. En muchos casos yo traduje esas obras del ruso al francés y lo hice pensando en cómo se verían en el cine. Me adueñé de muchos diálogos.
-¿Cuál debería ser el cambio más próximo del cine mundial?
-MP y PL: Ya no deberíamos decir nunca más “Acción” y “Corte”, esas palabras aburrieron.