07-10-2015

No exactamente en Brando

El viejo arte de narrar

Por Osvaldo Aguirre

En su último libro, No exactamente, Alejandro Caravario retoma uno de los ejes de su literatura: lo más importante de lo que sucede es cómo se lo cuenta. Tres relatos de una prosa bella y sutil, atravesados por el humor y la maestría para narrar. 

La realidad es superior a la ficción. "Una muestra lo que a otra le falta, no se pueden comparar en tanto historias", dice uno de los narradores de No exactamente. Pero el sentido de ambos términos parece desplazado en relación con lo que habitualmente significan. La realidad no resulta ser tanto los hechos en sí, sino los relatos construidos a través de las palabras y de las imágenes; lo que se llama ficción, las versiones devaluadas de esos modelos que nos inventamos en la vida cotidiana. Esa singular idea subyace a los tres cuentos que reúne Alejandro Caravario (Buenos Aires, 1963) en su último libro. 

En "El desprecio", el primer relato, un periodista reconstruye su relación amorosa con una mujer y el modo en que todo se arruinó. Es un hombre que tiene poco para contar, y además no le interesa, porque con las anécdotas "se bloquean las mejores chances de la palabra". Odia las sorpresas, es un fanático del equilibrio y cuando se siente feliz piensa que algo está saliendo mal. Tampoco querría ser recordado, dice; su mayor deseo sería que lo perdieran de vista sin dejar rastros. Y es la historia que se inventa sobre el supuesto enamoramiento solapado de su mujer con un compañero de trabajo lo que le complica las cosas. Irónicamente, es ella quien termina por desaparecer mientras él queda sujeto a su búsqueda. El protagonista de "El desprecio" quiere pedir disculpas pero también encontrarse con su exmujer para recordar la relación antes de que el tiempo la convierta en una imagen borrosa. Esa preocupación por la experiencia y el modo en que los relatos la presentan es precisamente uno de los ejes de "El bailarín eléctrico", el relato más extenso y el que cierra el libro, una especie de versión final sobre los incontables mitos y leyendas que rodearon a un extraordinario bailarín. 

En su novela La presentación (2012), Caravario ya había delineado, con toques de ironía y burlas a las convenciones del mundillo literario, la figura de un escritor que se proponía contar su propia vida tal cual había sido, sin faltar a la verdad, y que paradójicamente sostenía que la propia identidad no es más que un cuento, y hasta algo impostado, porque a veces recurre a la vida de los demás. Parte del programa de Julio Amenábar, el escritor en cuestión, se proyecta en No exactamente: la idea de que el pasado determina por completo la existencia y relativiza el peso del presente y el deseo de lograr historias donde "la belleza de las palabras les dé una jerarquía sentimental a los hechos". Caravario modela obsesivamente su escritura, trabaja no solo con lo dicho sino con las sugerencias y los sobreentendidos a través de la ironía y los guiños, como muestra en particular "Nuestros seres queridos", el segundo cuento de la trilogía. Los protagonistas de este relato viven en un pueblo y por esas "noticias tristes de la edad madura", en que la gente próxima comienza a morirse, se reúnen en el cementerio hasta que uno de ellos instala un bar que se transforma en parrilla, en lugar de encuentro y en una manera insólita de canalizar el duelo, hasta que sobreviene cierto escándalo. Pero el cementerio termina siendo el sitio con mayor vida en el pueblo. 

"El bailarín eléctrico" también plantea una comunidad como ámbito de referencia. Lo que se cuenta es la única historia que ocurrió en un pueblo con el paso de los años, el misterioso fin de su personaje más importante, aquel que llevó el nombre de la localidad más allá de sus fronteras y la hizo ser un lugar en el mundo. La narración está a cargo de alguien que no puede bailar, por una incapacidad física, y al que entonces le tocan "las libertades (y las ocupaciones) del observador"; su voz es también la voz de una especie de cofradía, de jóvenes y adolescentes en el umbral de la adultez ("nadie sabía nada de chicas, pero todos queríamos coger", es una frase que define muy bien al grupo), y a la vez tiene algo de guardián, porque su presencia, dice, y sobre todo su carácter de narrador garantizan no solo que la historia no se va a perder sino que se transformará en algo inolvidable. El relato y la experiencia se sostienen a la vez: solo vale contar lo que resulta memorable, pero lo memorable es únicamente lo que se cuenta. 

"Cada vez que empiezo -dijo John Berger en un texto a propósito de su obra-, la escritura se convierte en una especie de lucha por dar significado a la experiencia". Alejandro Caravario podría suscribir esa idea. Chaco, el bailarín mítico, no se propone únicamente una buena performance con su pareja: "Aspiraba a llevarla, con sus pasos de baile, a un estado más grande que la vida. Al estado de embrujo". En ese horizonte se inscriben los relatos de No exactamente, un conjunto de personajes y de historias cuyo sentido final no se desprende tanto de los hechos que las impulsan como de la belleza y la precisión de las palabras que los evocan.