Tálata Rodriguez por Walter Lezcano
30/11/14
Desde hace un tiempo, el nombre de Tálata Rodriguez (Bogotá, 1978) es una constante cuando se rastrea qué es eso que está sonando hoy en la escena poética local. Sus performances, que conjugan actuación, ritmo y la búsqueda de una musicalidad en los textos, la destacaron entre el ruido del panorama literario nacional. A principios de este año publicó su primera obra Primera línea de fuego (Tenemos las máquinas), libro que incluye códigos QR con links a videos hechos especialmente para esta edición. Pero ella no sólo llamó la atención del circuito under poético. Su nombre, la única artista independiente, aparece en la lista de la comitiva argentina que asistirá a una de las ferias literarias más importantes del mundo: la Feria del Libro de Guadalajara, en México, que comenzó esta semana y tiene a la Argentina como país invitado. Hablamos con ella sobre literatura, tecnología, teatro y cómo la mente trabaja sobre el poema.
¿Desde qué lugar ingresa la poesía en tu vida?
Pueden ser varias cosas. Por un lado una cosa biográfica muy puntual: mi madre, que es argentina y se exilió en Colombia, se dedicaba al periodismo. Y mi padre se dedicaba a la escritura y la docencia. Y en un momento de mi niñez ellos tenían una editorial independiente llamada Árbol de Tinta. Ahí editaron a gente que está muy cercana a mi formación como poeta. Eran escritores de una bohemia muy under e intelectual. Pero yo participé mucho de todo eso, desde estar en la imprenta, jugar con tinta, ver salir las hojas impresas, y todo eso era un proceso muy lúdico. Y también fui a los happenings que hacían para presentar los libros que eran muy rústicos en una Bogotá del narcoterrorismo en los 80. Está eso. Y por otro lado, hay una influencia de las letras de salsa porque yo vivía al lado de un boliche de salsa. Y yo encuentro mucho eso en mi poesía. Después hay un proceso muy interno de intentar despegarme de todo eso.
¿Despegarte de qué?
Por ejemplo de la actividad del escribir. Y si bien yo escribo desde siempre, aún ahora me resulta complicado encontrarle su autonomía dentro del proceso de una vida, como decir que soy escritora, ponele. De todas maneras, me doy cuenta que ese “soy” aplicado a cualquier cosa a mí me cuesta. Salvo el decir: soy madre, que es lo único que adquirimos al cien por cien.
En tu periodo de formación, ¿escribías o te grababas o cómo se daba tu acercamiento a la poesía?
Desde muy chica hice letras de canciones. Espontáneamente. Aunque siempre tuve una tendencia vocacional a ser groupie. Fui groupie de muchas bandas. Y siempre ocupaba un rol medio de comentarista y de letrista y asistente de ensayos. Y de productora. Siempre era groupie y productora, desde los 14 años. Fueron muchos años de hacer canciones. Y después tuve muchos novios músicos donde eso formaba parte de una colaboración romántica. Después conviví casi diez años con Pablo Dacal y ahí hicimos muchas letras. Y un poco la separación hizo que yo perdiera el soporte de la guitarra. Entonces lo que hice fue retrotraerme exclusivamente a la rítmica del texto, a las construcciones como melódicas que hay en una frase. Y desarrollé la idea del texto solo. Prescindiendo de la música.
¿En qué momento venís para Argentina?
El secundario ya lo hago acá. Eso fue en el ’89. Me vine por cuestiones biográficas de mis padres. Y además Bogotá estaba sitiada por el narcoterrorismo y problemas de las guerras de guerrillas. Era todo muy violento y nosotros éramos muy pobres y vivíamos en condiciones bastante precarias. Fue un año donde explotaba todo a tu alrededor. Y el hecho definitivo fue que un tipo entró a un restorán y asesinó 45 personas. No fue cerca de casa pero la sensación era que había una escalada de violencia donde la vida ya no importaba para nadie. Y en Argentina tenía todo el panorama contrario: una familia burguesa con mis abuelos, ya establecidos. Y fue pasar del caos absoluto a una vida muy formal sin mis padres.
¿Cómo fueron esos primeros años en el país?
Ya había venido un año cuando tenía seis. Hice segundo grado en un colegio privado de Parque Avellaneda. Y los chicos son crueles. Yo decía “coger” en lugar de “agarrar” y todo el mundo decía: “decile a la colombiana que te agarre”. Todo porque yo decía “cogeme”. Y me acuerdo que llegué con toda mi expectativa de siempre y empezó a pasar esto y decidí no hablar más. Me fui a Colombia otra vez. Y volví para hacer sexto y séptimo en la misma escuela y se acordaban textualmente los mismos chistes. Los mismos chicos. Pero yo ya estaba más grande y ahí empezó el punk rock y decidí no callarme nada y me volví más contestataria. Llegué a torcerle el brazo a un compañero. Es raro cómo procede la xenofobia: uno piensa que los niños están en otra pero no. Me acuerdo también del famoso 5 a 0. A mí me gustaba mucho el fútbol. Y ahí abdiqué de todo eso porque después de esa derrota mis compañeros me escupieron de arriba abajo porque era la única colombiana de la escuela.
¿Qué lecturas tenía por entonces?
Mientras pasaba esto para mí la lectura era un oasis. Leía sin parar. Me di cuenta muy joven que si leía nadie me molestaba. Leía sin miramientos: la revista Colecciones, el diccionario. También literatura: Verne, Stevenson. Y leía mucho de una biblioteca de la sociedad de fomento de mi barrio. Iba tanto que una vez me ofrecieron trabajar ahí: acomodar los libros y eso. Y fue un momento de mucha lectura, muy permanente. Cuando empecé a ser groupie y tuve un capital para comprarme discos me separé un poco de los libros. Hice una formación lírica por otro lado.
Ahí empieza en tu vida una deriva de profesiones: barman, quinielera, promotora, etcétera. ¿Sentís que eso enriqueció tu trabajo con la literatura?
Totalmente. Hay una tradición norteamericana de eso: Hemingway, por ejemplo. Y si bien ellos tenían una conciencia de ser escritores yo lo que intentaba era no escribir. Me puse a estudiar Letras en la facultad y era como la negación total de la escritura porque quería, en un punto, sistematizar lo mío y que no fuera tan monstruoso. Además, siempre fui muy experiencial y de buscar trabajos. Tuve que trabajar desde muy chica y me parece divertido buscar trabajo.
¿Ahí ya estabas focalizada en tu trabajo con la poesía?
No. Lo que yo quería en realidad era escribir una novela. Tenía un deseo permanente de escribir sobe mi historia en Colombia. Y yo estaba muy con eso mientras estaba viviendo en San Juan y después me volví para Buenos Aires sin haber escrito ni una palabra de esa novela. Después en el 99 publicamos en Belleza y Felicidad unas fotocopias que eran unas poesías intervenidas entre cuatro amigos y yo: cada uno escribía una parte. Algo previo a la existencia del blog. Pero lo que me gustó de eso fue la presentación que hicimos por nuestra performance y las ideas sobre las que trabajamos el vivo. Me interesaba esa parte de la literatura. No me interesaba tanto la circulación en papel. Todavía no me interesa y por eso me costó tanto formalizar mi proyecto y armar mi primer libro: Primera línea de fuego. No le encontraba la forma a lo que hacía. El libro deriva de este proceso de prescindir de la música y preguntarme cómo presentar lo mío. De repente me doy cuenta que me sé el poema de memoria y digo: bueno, lo voy a decir así. Se los recité a un par de amigos y les gustó. Y seguí pensándolo. Fue algo espontáneo y de ahí deriva el libro: fue un proceso contrario, distinto, al ponerse a escribir. Tienen también que ver con el espectáculo porque yo produzco desde hace mucho.
¿De qué manera desarrollaste tu trabajo teniendo en cuenta que el papel no estaba presente?
La prescindencia de papel también es importante porque permite la mirada del público y la rítmica. Lo que me pasa con la lectura es que siento que por momentos algo esencial de la musicalidad de un texto se pierde por la imposición de la escritura por sobre la interpretación y la lectura. Tengo la impresión de que los errores en la lectura son mucho más que los que cometés si simplemente no lo leés y procedés como tu mente te lo indica. Yo creo que uno se sabe los textos lo que pasa que el libro como soporte te permite taparte la cara. En realidad hay más errores en leer que en simplemente decirlo. Si no decís la palabra exacta del poema decís otra y va a estar perfecto igual porque está dentro de lo que vos armaste. A mí me interesa mucho encontrar una instancia creativa en la repetición. Y creo que son los factores donde se tiene que jugar el arte hoy.
Mostrarlos en vivo fue tu proceso de corrección.
Durante un año fui a todos lados a decir mis poemas. No los trabajé más en algún punto. Lo ensayé en mi casa, me filmé, me grabé, me escuché, hice un desapego grande de cómo había escrito las cosas. Y decidí abandonar cómo los había escrito y quedarme con lo que mi memoria procesaba de lo que había escrito. Entonces mis textos ganaron y perdieron. En algún momento de eso alguien me dice de publicar un libro. En otro momento alguien me dice que tenía que hacer un video porque así se nota el truco de que lo estás diciendo. Y ahí se articula todo. Una vez que hice el primero decidí hacer todos. Pensé cómo hacerlos a cada uno.
En estos momentos hay muchas lecturas y editoriales de poesía. ¿Cómo vez esa escena?
Me parece altísimo el nivel de la poesía argentina a nivel escritural, la cantidad de editoriales, autores, la proliferación de textos. No creo que la poesía demande la puesta en escena. Creo que si se toma la decisión de ponerla en escena, vuelve a ponerse en juego la acción poética-creativa y que eso puede ser trabajado más allá de la transmisión literal del texto. En muchos casos esa puesta decanta para el lado de la música o el teatro. Para mí esa puesta en escena centrada en el texto pero que actúa por fuera de él, es un acto poético, un poema posible en sí. Por eso creo que lo que hago lo asocian con la performance. Yo no me caso mucho con esa idea. No me caso con nada. La poesía como arte es el arte conceptual por excelencia, para mí lo que hago es algo tan simple que es un poco incómodo, algo viejo que parece nuevo, algo medio desubicado. A mí me interesa mucho esa incomodidad: la perturbación eficaz. De todas maneras, hay trabajo en este sentido también: Blatt, Gabriela Bejerman, Noy o Fer Laguna hace mucho que trabajan sobre esas ideas. Y van en contra de la idea del fin del libro, de la literatura o las teorías sobre la destrucción del lenguaje. Creo que hay que asumir el trabajo con lo residual en el sentido de todo lo que está en la papelera de reciclaje social y mental. Me gusta llamarlo literatura basura: recuerdos, citas, canciones, películas, la publicidad, los links, los chats, ahora los emoticones es un poco trabajar con la nueva sensibilidad humana. La literatura es un reloj que adelanta y la poesía es el símbolo fuera de contexto. Y en este sentido, creo que la proliferación de textos estrictamente literarios y talleres de escritura creativa y todo eso, en nuestro contexto es un síntoma de esta época hipertextual.
¿A qué le decís Ni a Palos?
Ni a palos al terrorismo económico, a la explotación del hombre por el hombre, a la trata de personas, al aborto ilegal y clandestino, al amor como sufrimiento, a la página en blanco, al olvido.