Primera línea de fuego, poemario con videos y performance de Tálata Rodríguez, invita al rapeo de los versos veloces y guerreros.
Por Malena Rey
“Cuando la conocí, Tálata era sexy, pero desde entonces creció y ahora es mucho más sexy”, dice Rafael Cippolini en la suerte de prólogo experimental, “Anábasis, tan sexy”, que abre las puertas e invita a visitar el universo de Primera línea de fuego, el poemario de la poeta y performer Tálata Rodríguez, recientemente editado por Tenemos las máquinas. Pero, ¿qué puede ser “sexy” en un poema, dónde podemos rastrearlo? En este caso, se traduce en una sensación envolvente mientras avanzamos en la lectura, poemas en los que Tálata asume distintas voces y puede ser lo mismo tierna y emotiva que pretendidamente sensual o carnal, y hablar sin tabúes lo mismo del sexo o de las torres gemelas. Colombiana de nacimiento pero de madre argentina, Tálata creció rodeada de mujeres entre ambos países, pero pasó acá la adolescencia, momento en el que se fue delineando su conocimiento del mundo en el choque de sus dos nacionalidades.
Niñera, promotora, quinielera, productora, cocinera y ahora poeta, se la nota inquieta, y eso también está reflejado en su poesía, pero sobre todo en sus performances. Porque lejos de permanecer pasivos en las páginas, todos los poemas de Primera línea de fuego tienen su correlato en un video filmado especialmente para la ocasión y disponible a través de un código QR impreso bajo los títulos del libro. Una suerte de playlist poética en la que Tálata les pone cuerpo y voz a sus textos, los asume en escena, modula las palabras o mira a cámara: ésos son gestos en los que la poesía se hace presente, y en los que todas sus influencias se encauzan; de Radiohead a David Lynch, de Arnaldo Antunes a Bob Dylan, de Slash a Patti Smith o Allen Ginsberg, en estos videos los monólogos interiores se vuelven exteriores, se convierten en experiencia y toma de posición. Plantada como la mujer que es, puede recitar sus versos en plena cancha de Boca durante un partido, o arrojar definiciones de sí misma en las que también distintos mundos se superponen y conviven, como cuando dice ser, en “Tanta ansiedad”, “un hada lisérgica con formación de geisha y actitud rolinga”. La rolinga vuelve en varios poemas, como los punkies y otras tribus urbanas de los noventa y dos mil, pero quizás a lo que apunta con estos estereotipos es a terminar de una vez por todas con los cuentos de princesas y príncipes azules al decir: “el héroe de esta historia soy yo/ y no necesito que me rescaten”.
“Escribo desde pequeña. En mi casa había mucho teatro, mucho periodismo, vida intelectual y una imprenta. La tinta, las hojas y los libros siempre fueron algo muy familiar para mí. Las presentaciones de esos libros deben haber sido mi primer acercamiento a la performance poética y mis recuerdos al respecto son vagos: tambores, salsa y dormir sobre unas sillas. No fue sino hasta hace dos años cuando encontré mi propia forma de hacer eso”, resalta Tálata, como quien bucea en un mundo que se le presenta a la vez familiar y desconocido. Y cita entre sus influencias nacionales tanto a Cippolini como a Fernanda Laguna, a quien a veces recuerdan sobre todo sus poemas más ingenuos.
Pero ¿qué viene primero? ¿El papel o la declamación? “Sucede que muchas veces el texto se compone en mi memoria y lo escribo como una resultante. Con este libro, al comienzo tenía una serie de textos escritos que repetía como un mantra. Esos textos se consolidaron como un repertorio y decidí entrar más en detalle, observar los aspectos contextuales, atmósferas, ambientes, movimientos. La idea de que lo poético es el símbolo fuera de contexto me llevó a la necesidad de filmar un videoclip por cada poema: quería poner en acción la poesía, ubicarla en su nolugar. Creo que mi llegada a la performance tiene que ver con esa intención de desubicar, y la declamación es una herramienta muy versátil para el desubique: tenés todo el tiempo disponible con solo abrir la boca”.