Por Quintín
En febrero de 1962, veintiséis cineastas alemanes firmaron lo que se conoció como el Manifiesto de Oberhausen, donde anunciaban que el futuro del cine estaba en manos (las propias, evidentemente) de quienes se proponían utilizar un nuevo lenguaje y hacer películas “libres de convencionalismos y de intereses comerciales”. Cincuenta años más tarde, durante la edición actual del Bafici, se presenta una revista argentina llamada Las naves, asociada con la revista alemana Revolver, que hace un año le propuso a una serie de directores escribir cada uno un manifiesto. Las naves seleccionó algunos de ellos y los combinó con los de otros colegas latinoamericanos, y el primer número de la revista se compone de los 39 textos resultantes. Es un signo del cambio de época que del manifiesto colectivo se haya pasado al oxímoron del manifiesto individual, y también vale la pena señalar que mientras los cineastas de Oberhausen recién empezaban y muchos no habían pasado del cortometraje, entre los encuestados por Las naves aparece gente famosa como Claire Denis o Apichatpong Weerasethakul, y hasta hay quien exhibe su estatus de estrella del firmamento independiente, como el mexicano Carlos Reygadas, que contesta: “Lo siento mucho. Estoy en estreno a mil y con noventa cosas encima. Y además no siento ganas de decir nada más allá de lo que dicen mis películas”.
Por suerte para los editores de Las naves, algunos de los manifestantes son más comunicativos. Entre ellos conviene mencionar a Christoph Hochhäusler, uno de los editores de Revolver. Su texto incluye esta frase: “El cine personal es querer superar tus debilidades y no poder hacerlo. En la incapacidad se ve la personalidad”, que suena muy bien y está emparentada con una definición de Julio Bressane, genial cineasta y uno de los invitados más importantes del Bafici 2013: “La patología engendra el estilo”. Claro que si el camino de Bressane es el de la soledad estética absoluta, el de Hochhäusler es más bien gregario. En el festival se exhibe una película suya como parte de la trilogía Dreileben (las otras dos son de Dominik Graf y Christian Petzold), proyecto que surgió a partir de un intercambio de mails entre los realizadores. De esa correspondencia surge claramente que la tendencia en el cine independiente actual va en sentido contrario a la de Oberhausen, cuyo impulso parece haber concluido en un cine adocenado, didáctico y culposo, cuya última expresión fue la llamada Escuela de Berlín, a la que critican su preocupación por los burgueses aburridos. El antídoto contra la medianía resultante, sobrefinanciada y dominante en los festivales, como “joven cine de autor” (del que, paradójicamente, la lista de Las naves incluye no pocos cultores), sería entonces el viejo y despreciado cine de género, en el que Hochhäusler y sus colegas redescubren la libertad y la amabilidad con el espectador.
En ese contexto, suena lógico que el Bafici proponga este año una competencia y una retrospectiva denominadas “Vanguardia y género”, como si intentara dar la espalda a un pasado en el que el cine ligado a los dogmatismos intelectuales, academicistas y biempensantes que hoy evoca la mención de Oberhausen hubiera tenido demasiada representación. El mensaje parece ser que hay que prestarles atención a cineastas como Bressane o el chileno Ernesto Díaz Espinoza, que hace películas de artes marciales entre lúmpenes, y olvidarse de lo que queda en el medio. Claro que sostener esa radicalidad cinéfila está lejos de ser fácil: la industria y la cultura (es decir, el dinero) se interponen en el camino.