Por Patricia Kolesnikov
La vecina pega la vuelta desde Catamarca y ve, con la noche clara del atardecer, bombitas de colores, mucha gente sobre Independencia, en la vereda, mirando hacia un adentro. Ve las luces, la gente, y escucha una voz como de megáfono que dice algo así como “Catedral de San Isidro”. “Sonamos”, piensa. “Cerraron la imprenta y pusieron una iglesia Evangélica. Ahora van a cantar todo el día”.
Pasa, cargada, es sábado de supermercado. ¿Qué es esto? “Presentan un libro”, le dice alguien. ¿De quién? No sabe. “Dos libros”, dice otro. No sabe. Entra, la vecina, deja las bolsas, saca a la perra, se mete entre esos falsos feligreses que ahora –se calló el megáfono– se besan, se sonríen con vasito de plástico con vino en la mano.
Un hombre alto, parado en el cordón, la llama por su nombre y hacia él van, la vecina y la perra. “Se presenta una editorial”, explica el alto, que es Esteban Castromán, de la editorial Clase Turista. No un libro, una editorial. Porque –como exageraba hace un par de meses una escritora– ya hay, (bienvenidas) “más editoriales que lectores”.
La editorial se llama “Tenemos las máquinas”. Y es el materialismo tomado al pie de la letra: la cabeza del emprendimiento es Julieta Mortati, una flaquita que es la hija de Vitorio Mortati, el imprentero de Independencia entre Jujuy y Catamarca. O sea.
Arrancan con dos libros: “El que no salta es un inglés”, de Martín Wilson, y “Algo que nunca le conté a nadie”, de Damián Tullio. Pero después, cuentan, van a sacar también la edición en castellano de “Revólver”, una revista alemana de cine.
Un coche de los 90 para por el revuelo. Sin sacar su cabeza blanca, arreglada con batido y spray, la señora mira a Castromán. No hace falta que pregunte, el hombre cuenta: Es una editorial nueva, van a sacar poesía, cuentos, autoayuda (¿?). Cambia el semáforo.