17-03-2025

Reseña de Los mejores días, de Magalí Etchebarne, publicada en el Diario El Día de La Plata

El desgarro del pasado, una cicatriz del presente

 

 

A través de esta obra publicada en 2017, la escritora traza un mapa emocional cuyo GPS es la emoción de lo cotidiano. Estos relatos calzan perfecto en cualquier realidad. Aquí, la magia.

A veces un libro irrumpe en la escena sin demasiados aspavientos, sin estrategias de márketing espectaculares, pero con una contundencia que lo vuelve inevitable. Los mejores días, de Magalí Etchebarne, es uno de ellos. Publicado en 2017 por la editorial Tenemos las Máquinas y ya con nueve ediciones en su haber, se consolidó como un título imprescindible dentro del cuento contemporáneo argentino. No porque haga ruido, sino porque su efecto es de otro orden: una herida sutil, una sacudida discreta que resuena mucho después de la última página.

Compuesto por ocho relatos interrelacionados, el libro traza un mapa emocional de personajes al borde: del amor, de la tristeza, de la soledad o del absurdo. Son historias de una misma familia, pero con protagonistas diferentes: niñas, adolescentes, jóvenes, mujeres adultas o ancianas solitarias. Relacionadas entre sí como madres, hijas, esposas o amantes, cada una atraviesa su propio conflicto en un mundo donde el peso de los vínculos se siente con crudeza.

Etchebarne narra con una precisión que recuerda a Hebe Uhart y a Samanta Schweblin, con una economía de palabras que no es frialdad, sino control absoluto del ritmo y la imagen. Su voz es fuerte, íntima y enérgica. La autora consigue plasmar una atmósfera única en la que se perciben gritos de lucha, rabia y empoderamiento detrás de cada protagonista. Mujeres que transitan el deseo, la pérdida y el desconcierto con un tono que oscila entre la contención y la intensidad.


Los cuentos de Los mejores días no necesitan finales rimbombantes ni giros sorpresivos para instalarse en la memoria del lector. En Jinete inexperto, por ejemplo, se aborda la crudeza de los roles sexuales en la adolescencia y la juventud, y cómo estos maduran en la adultez. Tsunami presenta el deterioro mental de una madre con una personalidad arrolladora, narrado desde la mirada de su hija. Capitán, en tanto, es una historia de amor atravesada por la rutina y el tedio, sostenida en la fragilidad de una atmósfera que puede desmoronarse con una simple palabra.

Cada relato trabaja con lo no dicho, con lo que se filtra entre las grietas de la cotidianidad. Etchebarne logra, con un estilo conciso y quirúrgico, retratar emociones que resultan universales sin perder de vista el detalle específico que las hace únicas. En Que no pase más, por ejemplo, el desconcierto y la inseguridad se vuelven opresivos a partir de preguntas como “¿cuánto puede durar una historia de amor si sabemos cuál es la verdad que nos une?” o frases que resumen la intensidad de una relación: “Desenamorarse ahora sería como vaciar el río con las manos”.


Uno de los méritos del libro es su capacidad para sublimar conceptos como la tristeza, la maternidad, la locura o las relaciones de poder en imágenes concretas y poéticas. Etchebarne escribe desde la observación precisa: “El poder de mi tristeza es el de un tsunami”, dice un personaje, y más adelante, en otra escena, la narradora describe: “Pero era una tristeza estoica. La calcaba sobre el mantel de hule, colgaba su tristeza en la cocina como a una cortina”. No hay subrayados ni dramatismos innecesarios: el desgarro está en los detalles, en lo que queda flotando entre las palabras.

El libro se inscribe en una tradición de cuentos que no necesitan efectismos ni grandes historias para impactar. Lo que importa no es lo extraordinario, sino el instante en el que algo, dentro de la aparente normalidad, se resquebraja. Como decía Jacques Derrida, el acontecimiento es aquello que irrumpe y sorprende más allá de cualquier dominio.

En la contratapa, se refiere a la iluminación que generan los cuentos y concluye con una certeza: “También es el libro que todos desearíamos escribir algún día”. Y es que Los mejores días no solo se lee: se queda resonando, como un eco de las cosas que nos inquietan aunque no siempre sepamos nombrarlas.

 

16 de marzo de 2025 - Edición impresa