Existe un complot, una intriga, una confabulación cuyo blanco es el relato. Es tiempo de hacer justicia
Paula Vázquez
En charlas entre profesionales del mundo editorial –editores, libreros, distribuidores– es habitual que circulen opiniones contra el cuento: que es el modo de la iniciación, que no tiene lectores, que no vende, que nadie se vuelve autor consagrado por un libro de cuentos. A pesar de que todas estas afirmaciones son, por sí solas, difíciles de comprobar, lo cierto es que los efectos de la operación contra el cuento se imprimen sobre escritores, incluso ya establecidos, que muchas veces consiguen publicar sus relatos solo tras una negociación con sus editores y prometiendo a cambio recompensar con una o incluso dos novelas, y libreros, que se topan con las reticencias de los lectores al recomendarles antologías o libros de relatos.
Aunque es indudable que grandes escritores han sido magníficos cuentistas –Lucia Berlin, Jorge Luis Borges, Ernest Hemingway, Silvina Ocampo, Armonía Somers, Raymond Carver y más–, el prejuicio contra el género dificulta que autores contemporáneos puedan sumergirse en el relato desprovistos de la mirada del cálculo y con la esperanza de ser publicados. Es cierto que se considera el cuento un género de iniciación, y es quizá con esa expectativa que, en ocasiones, algunas editoriales conceden la publicación de un primer libro de cuentos de un autor o autora que les parece promisoria, incluso ya dejando dicho que el siguiente paso deberá ser una novela. Por eso me causa placer cuando encuentro autores y editores que operan contra esa expectativa del mercado, que suele erigirse como mandato.
Una vocación igual de indómita impulsa a un gran editor que tiene España, y que, como los sabios, hizo de lo arrojado a los márgenes su riqueza –y la de cientos de miles de lectores– al iniciar en 1999 un camino fértil eligiendo el cuento como su fetiche personal. Me refiero a Juan Casamayor y su Páginas de Espuma, que en 2019 recibió el Premio Nacional a la Mejor Labor Editorial Cultural por sus 20 años de dedicación "constante e independiente a la mejor literatura, su atención especial al ámbito del cuento, y por cultivar el vínculo entre las dos orillas del Atlántico", según el jurado que otorgó dicho galardón del Ministerio de Cultura.
La fortuna ha hecho que escritora y editor estén reunidos en la lista de finalistas de la octava edición del Ribera del Duero de Narrativa Breve, publicada el 13 de febrero. En el anuncio también se destacó que este año han recibido un 17,7% más de manuscritos, prueba de que el género, en su faceta inédita, goza de indudable buena salud.
Desde la impunidad de esta columna y sin haber leído ninguno de los libros finalistas –pero sí obra previa de las grandísimas escritoras de Argentina, España, México, Perú y Uruguay que comparten podio– va desde aquí un antojo de librera, un voto cantado, fundado en la vocación por la obra, por sobre otros deleites y modos de abatimiento que ofrece a menudo el mundo editorial.