25-09-2023

Souza por Cynthia Rimsky

El misterio de Souza

La primera impresión que tengo al adentrarme en Souza de Nina Avellaneda es que hay algo que no comprendo. No me refiero a esos libros que se abandonan rápidamente porque no se entiende la historia. En este caso lo incomprensible incita a avanzar, está más cerca de la atracción que causa el enigma que de la dificultad.

La sensación de que bajo las palabras en tinta negra, que cuentan la historia del obrero de la construcción Souza y la actriz Luiza, ocurre algo que la razón no alcanza a descifrar, y esa misión, la de incorporar a la lectura otros sentidos, se vuelve desafiante. Vuelvo a leer como una niña a la que no le importa entender porque busca la clave que conduce al tesoro escondido.

¿Cuál es el tesoro en Souza? Tengo la impresión de que la narradora tampoco lo sabe. Ambas, lectora y escritora, compartimos una experiencia: la de la escritura como búsqueda. En el camino mi interés por descifrar el misterio decae. La escritura -¿alegórica? ¿poética?- de Nina Avellaneda me hace olvidar el sentido, me detengo y gozo con las reflexiones, la sensibilidad de Souza, las impresiones de la narradora, las sensaciones tortuosas de Luiza; son ciertas frases o palabras que me sacan de la forma naturalizada de comprender el mundo y me instalan en un lugar en el que el obrero Souza, que pega alfombras en los edificios de la constructora Almagri, no piensa como debieran hacerlo los pobres, según el realismo referencial.

En una entrevista Nina cuenta: “Me han comentado un par de veces que hay un problema de verosimilitud en que un albañil sea un sujeto con una capacidad insólita de observación, como lo es este personaje, y a mí me parece que quienes piensan así probablemente nunca han conversado con un obrero de la construcción, con una empleada doméstica o un campesino, por nombrar ocupaciones que se desprecian. Es un prejuicio enorme, y una estupidez pensar que por trabajar en determinado empleo alguien carece de una dimensión espiritual, que no concluye cosas acerca de la vida. De todas formas Souza no es un intelectual, es simplemente alguien que observa y que se abruma, por lo tanto, en lugar de atar ideas, como hace un intelectual, desata y destraba,  y es un sujeto simple, y al mismo tiempo totalmente desafiante”.

Eso es parte del misterio que trasunta el libro. Souza no responde al estereotipo del obrero, Luiza al de la actriz, la relación de ambos al amor de pareja, las vidas no gravitan en la órbita del éxito o el fracaso, la lucha social… Nada de lo que aparece en estas 62 páginas tiene como referencia lo real. No hay forma de etiquetar lo que ocurre en el libro, por eso, tampoco tiene sentido contar el argumento, pergeñar una interpretación o adjudicarle un sentido a lo que viven los personajes. Tal vez decir que en Souza se despliega una sensibilidad respecto a la forma de habitar el mundo, una sensibilidad especial que pone la atención en lo que no es habitual. Cuando el obrero camina por la calle, no atiende a los comercios, a los transeúntes, a la moda, como enseña Pérec, busca patrones y singularidades. “Se complace con lo incierto”.

Ni siquiera del tema de la novela, el doble, estoy muy segura. Da la impresión de que Nina Avellaneda lo toma como una pregunta -esas tan grandes que ni siquiera Borges pudo responder. Le queda irse a la deriva, dejarse arrastrar por la palabra adonde la palabra la lleve. Cuando la narradora aparece en el libro, deja en claro que Souza y Luiza no son estrictamente personajes. ¿Qué autora se atrevería a afirmar hoy la existencia de personajes autónomos? Luiza, Souza, podrían ser dobles de la narradora o los dobles de nadie, dobles de la palabra doble. Quizás son producto de la dobladez del tiempo que, en la novela, no tiene cronología. O hallazgos que encontró mientras se perdía pensando en el doble. Algo de esa experiencia resuena en la música brasilera de los años 70 que actúa como banda sonora de la novela, en la saudade de la lengua portuguesa. Quizás la palabra que más se acerca a la novela sea desvanecida. En Souza hay un desvanecimiento de la conciencia.

Cansada de abrir libros en los que a la segunda página ya se adivina de qué van, cansada de los temas políticamente correctos, cansada de encontrar en los libros una copia del mundo del que busco escapar a través de la lectura, Souza produce en las lectoras y lectores, desde el comienzo, una alegría: la de entrar a un libro que amplía los estrechos marcos de lo posible.

 

Por Cynthia Rimsky