Los Trabajos y los días
La vuelta al perro, Cynthia Rimsky
Pedro Gandolfo
La autora de "La vuelta al perro" —Cynthia Rimsky— es una escritora con una sólida trayectoria respecto a la cual este libro no hace sino acrecentar.
La escritura de Cynthia Rimsky ha estado siempre atravesada por la dialéctica que se plantea entre el escritor externo con su libreta de apuntes y la necesidad de palpar vivamente con la obra literaria al prójimo. Una forma de aproximación es introducir la figura del viaje. El escritor es un viajero, que en este caso no lleva a cabo un viaje a tierras lejanas, sino por un pequeño pueblo rural y sus alrededores. El libro es un conjunto de viñetas o estampas de las personas que viven en el mismo pueblo donde la narradora está viviendo. Son parte de su vida cotidiana, de su proximidad vecinal. Es un pueblo que está ubicado en Argentina, pero podría semejarse a otros pueblos chilenos, sin grandes merecimientos.
En este libro nunca se hace explícita la identidad de las personas y deja, por lo mismo, en suspenso el tema —un poco latero a estas alturas— de las "escrituras del yo" y del alcance más o menos biográfico de lo narrado. Como sea, el relato funciona a través de un narrador que habla no desde un pasado rememorado, sino desde un presente recio, el presente de la escritura, al que concurre —la narradora lo advierte casi como un vicio infantil— la imaginación que trastoca las cosas.
Hay en todo el libro cierto retraimiento o velamiento del escritor y el narrador que, aunque nítidamente escribe desde su experiencia personal, no invade la escena con ellos, para así poder focalizarse en el prójimo cotidiano y concreto.
Rimsky parece creer que algo luminoso acaece allí en lo cotidiano, no universalizado, sino en su máxima concreción y localismo. Todo parece haberse captado con un zoom, una lente que recoge de cerca las conversaciones y los detalles relevantes.
En este libro no se teoriza; se muestra. Es un libro de relatos, cuentos breves que se enlazan por la vida y el imaginario pueblerino, aunque Rimsky subvierte las convenciones que desde el costumbrismo marcan el abordaje de este escenario. Rimsky supera esas convenciones mirando las cosas directamente y con mucha luz, reposando en personas y paisajes extraordinarios que yacen entre lo cotidiano. En su ir y venir, lo que la autora entrevé y relata no tiene nada que ver con esa "ilusión de progreso" y esa versión idílica de la naturaleza.
El personaje es Rimsky el próximo, el vecino. El tema de la distancia que pone la situación del escritor respecto de los mundos representados retorna. ¿Cómo alcanzar al otro desde acá, desde el lado de la escritura?
Espacioso y acontecido, el mundo de lo pueblerino enfrenta cotidianamente a la narradora —una escritora como lo es la autora— con su escritura, estableciéndose una fuerte conexión entre ambas. Parece que la vida en este campo semiurbano, mirando tan solo y fijamente a este mundo, permite aclararse y reflexionar acerca de lo literario de la literatura. La pregunta por qué es lo literario, qué es la historia y qué sus personajes está presente de modo persistente en este libro. De hecho, uno de los puntos es la propia pertenencia a las "novelas literarias" y el significado de esa pertenencia en una sociedad para la cual su escritura es un gesto inútil.
Estas búsquedas e interrogaciones no alejan nunca, cabe destacarlo, al relato de su foco: el trazado de lo cotidiano es el lugar del drama (o de la comedia). Es un pensamiento casi inverso a la visión que anima al realismo mágico, en cuanto huye de cualquiera construcción que pueda pretender algún tipo de exotismo.
La limpidez de la escritura de este libro se combina con algunas sutilezas como la presencia muy dosificada de argentinismos y el suave y sincronizado deslizamiento de los narradores (el yo, el tú y el nosotros).
La brusca irrupción del "tú" —el Loco— añade el elemento de la locura, que está presente también en la narración.
Pero ese lento aparecer del "nos" (quién es el otro compañero en ese "nos": otra mujer que la escritora va llamando "carpintera") es notable junto a toda una red de señales dispersas que van construyendo identidades de límites algo borrosos (como las harinosas e inquietantes fotografías que acompañan el libro). Casi como un hueco, surge un espacio en la narración que es como una pantalla donde se vuelca al otro. Por ello no hay lugar para escudriñar los movimientos mentales. Los significados que interesan son aquellos que afloran directamente de una observación de los personajes que se repiten en los círculos que la narradora hace cotidianamente: la vuelta del perro no es en balde: permite "repensar la pregunta por la historia que se va a contar".