Magalí Etchebarne es una escritora y editora argentina, autora de un libro de cuentos que circuló mucho y muy bien en su momento (Los mejores días, publicado por Tenemos las máquinas en Argentina y por Las afueras en España) y que ahora acaba de publicar Cómo cocinar un lobo, un librito pequeño e ilustrado que apunta a esas penas infinitas por las que todos antes o después pasamos y lo hace con una música y una sensibilidad muy especiales. Es un libro que es un abrazo.
En el caso de Magalí, sus padres murieron con pocos años de diferencia. Él murió antes y de repente. Ella estuvo muy enferma algunos años, por lo que el tema del cuidado es central en los poemas.
“En solo unas horas mi padre se había vuelto pequeño
y yo, una mujer enorme y fría, vacía, un planeta sin nombre,
llena de miedo y sin hijos, sin marido, sin una casa,
sin nada que sugiera que aprendí”
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”Soy la que sostiene la cabeza de su madre
con una palma en la frente fría, la otra en la espalda dolorida,
y no puede evitar mirar, mientras tanto,
la humedad entre los azulejos,
los mismos azulejos amarillos
en los que cuando era chica veía manchas con formas
de guanacos, de caballos, de trigo…“
”Ahora, estamos de espaldas al futuro, no es que lo evitemos”, escribe en un momento Magalí acerca del presente de aflicción para ella y su hermana y creo que no existe mejor manera de describir este tiempo de desconsuelo en el que nos sentimos el plomo de la casa y la pesadilla de las amigas que nos bancan; un tiempo desolado que limita los proyectos porque la nostalgia te arrastra invariablemente hacia el ayer.
”Cuando él murió
las palabras se ordenaron detrás como un cortejo.
Cuando ella murió, volví al limbo
sin lenguaje.
Entonces pensé que mi padre era la escritura
y mi madre, el tema”.
Volver al limbo sin lenguaje: pensé en esa frase que decimos siempre ante el dolor más intenso del otro, “no tengo palabras”. Y, a la vez, la imagen me recordó la entrevista que le hice el año pasado a la poeta y periodista Marina Mariasch, a propósito de su libro Efectos personales, en el que relata con intensidad arrasadora la historia del suicidio de su madre: “Fue como tener un ACV; como perder el lenguaje y aprender a hablar de nuevo”, me dijo Marina esa vez.
No es casual que sea Mariasch la autora de la contratapa del libro de Etchebarne: “Se trata de cruzar ‘una soga por el precipicio’” —escribe— “olfateando cada rincón como un perro de caza, sabiendo que incluso así los olores se pierden, las voces quedan tal vez sólo en un casete, y que esa voz suena distinta del propio recuerdo”.