Magalí Etchebarne es editora y escritora, Los mejores días es su primer libro editado por Tenemos las máquinas. Lleva nueve ediciones y críticas que lo destacan como una obra maestra, precisa y con ritmo.
Uno no llega tarde a los libros sino cuando tiene que llegar.
Los mejores días de Magalí Etchebarne va por la novena edición y creo haberlo encontrado en el momento oportuno.
Leer a Magalí Etchebarne es entregarse a un mundo con reglas propias. Pocos personajes, con descripciones profundas que, en algunas ocasiones, pasean de un cuento al otro conservando los perfiles donde los lectores somos testigos de sus cambios, de las actitudes, de los vínculos, de los pareceres.
El gran acierto de Los mejores días es la voz narradora. Aunque el mundo sea abordado desde adentro o desde arriba, protagonista, testigo u omnisciente, logra perpetrarse en un sistema que nos comprende a todos, el de las creencias, el del amor, el de los recuerdos, el de las relaciones humanas.
Esa voz que habla sin pudor, sin pensar en resguardar algún tipo de forma por alguien en particular. A veces pienso que la tarea de escribir se basa en ensayar la libertad. Aquello que completa en general es lo que fue dicho sin prejuicio de quien lo reciba.
Y esa libertad se transfiere a través de las palabras y también nos transforma, en consonancia con el ritmo de los cuentos y sus historias.
Todo el deber ser se diluye en los relatos de Magalí, no porque no exista como tal porque no se lo ignora; pero si hay una espacie de resistencia a las formas. Un pensamiento en voz alta despojado de la moral imperante.
Una escritora dice explícitamente que está desconforme con su jefe (quien la contrató para escribir su vida) y expresa los deseos negativos hacia la secretaria; una mujer se reencuentra con su primo y confiesa esa suerte de amor que sintió en la infancia; un familia que parece desbaratarse en el ocio de las vacaciones.
En las historias el rol de la mujer es fundamental y desde ese eje pareciera confluir la revelación o la epifanía.
Por momentos los personajes son una excusa para sublimar conceptos interesantes sobre la vida, la tristeza, el tiempo, la desocupación, el estatus, las adiciones, las relaciones de poder, el amor de pareja, la locura, la maternidad, la familia pero con imágenes y con una potencia poética para encontrar las abstracciones en las cosas comunes: “El poder de mi tristeza es el de un tsunami” dice un personaje y la narradora describe: “Pero era una tristeza estoica. La calcaba sobre el mantel de hule, colgaba su tristeza en la cocina como a una cortina.” Una capacidad lúcida para que los lectores podamos ver la tristeza como solo se logra en la poesía.
De esta manera una serie de aciertos, de pensamientos, de imágenes que nos transportan: “El cuerpo lleno de alas, la cabeza en la luna, en el horizonte, apuntando al destino”, “Desenamorarme ahora sería como vaciar el río con las manos”, “si uno presta atención al aire, a la luz en el aire y a la luz pegada a las cosas, puede leer qué hora es.”
La empatía cuando el personaje ve un camión recolector y piensa: “perdón por no tener que hacer ese trabajo y solo estar esperando para cruzar, pero te agradezco por estar haciendo eso, es importante para mí, para la ciudad, para el mundo todo.”
Los mejores días es un libro compuesto por ocho relatos inquietantes, viscerales y a su vez con un arte particular para expresar lo no dicho de manera contundente.
Para Derrida el acontecimiento es una ocurrencia que sorprende absolutamente, “lo que llega o se precipita sobre mí, más allá de todo dominio.” Este libro entra en esa sintonía.
En la contratapa I Acevedo destaca la iluminación que generan los cuentos y define de manera elocuente una certeza: “También es el libro que todos desearíamos escribir algún día.”