28-01-2019

La literatura amotinada en El Cohete a la Luna

TRES AUTORES TOMADOS POR LA LETRA

Lamborghini, Libertella y Piglia por Gusmán

 

POR JORGE PINEDO

 

En la escarpada ribera de la literatura argentina de la mitad del siglo XX a esta parte, tres luminosas balizas hacen de referencia a fin de trazar líneas de intersección y situar al lector en el campo delimitado por la escritura, la polis y el estilo. Leónidas Lamborghini (Buenos Aires 1927-2009), Héctor Libertella (Bahía Blanca 1945- Buenos Aires 2006) y Ricardo Piglia (Buenos Aires 1941-2017) son conjurados desde sus textos por Luis Gusmán (foto principal, Buenos Aires, 1944), quien así extiende las charlas en la pizzería de la esquina de la librería Martín Fierro a comienzos de los años ’70.

Encuentro asimismo con la crítica sin indulgencias que la amistad requiere para que perdure, junto a un manojo de acuerdos. Entre escritores —comprometidos con sus respectivas literaturas tanto como con su tiempo, cada quien a su manera—, un punto básico de concurrencia reside en la idea, borgeana si las hay, de entender la lectura como un momento, condición de posibilidad, de toda escritura. De modo tal que cada texto muestra casi más al lector que al escritor, cada vez que se los espía desde “esa afinidad insoslayable, que reside en cómo ocuparse de esa práctica inestable que es la literatura”.

A partir de la escena de la lectura, Gusmán propone una escritura amotinada –invención de Libertella, el término— que los tres autores, los cuatro, perpetran contra la autoridad de turno que impone sus modismos desde “la tradición, la academia, la vanguardia”. En relación al primer autor diseccionado, Lamborghini, es su poética la que se incrusta mediante un “ariete distorsivo” con relación al “poder político y la política de la literatura”. Marca Gusmán entonces en La literatura amotinada la potencia surgente en el dispositivo de torsión del lenguaje que disloca las palabras en pos de organizar un propio, singular caos. Mescolanza discepoliana que aplica las acrobacias del bufón al modo de arma, que en Libertella es desvío de la norma, construcción de un mito, “reserva textual como lengua atesorada”. Con lo cual la “figura del canje le permite a Libertella construir la figura, ya no de la literatura o el escritor argentino, sino de su posible lector”.

Gusmán contrasta a Piglia con su alter ego, Renzi, protagonista de los tres volúmenes de los Diarios en los que recorre su travesía “y definen al estilo como desvío de la norma”. Circuito alimentado a partir de esas notas manuscritas al margen de los libros. “Lector macedoniano” cuya amistad llevó al segundo a prologar en 1972 El frasquito, del primero, hoy novela de culto. Y que también llevó a Piglia a considerar que, probablemente, “no haya otra literatura como la argentina, tan hecha de pedazos y con una grama tan deshilachada”, mediante “una tensión entre el acto de leer y la acción política”. Si bien este último criterio remite en forma específica al Che Guevara, el mecanismo resulta funcional aún cuando los términos se intercambien. Resitúa de tal modo la función del escribir y, en el caso específico: “Si el escritor es un accidente de la lengua, un gerundio, y si el lector es un efecto de ficción, Piglia lo es en los dos casos, ya que se pasó la vida leyendo y escribiendo. Un modo de vida”. Por ende, un “lector puro”.

Adentrarse en las lecturas que hacen a las respectivas escrituras de sus amigos, colegas, cómplices, permite a Luis Gusmán convocar a aquellos indóciles espíritus en un breve libro sin el esnobismo pretencioso de la crítica literaria. Por el contrario, La literatura amotinada se aproxima más a la bitácora de una derrota por aguas a veces espejadas, a menudo tempestuosas; a un cuento que toma instancias iniciáticas para resignificarlas a través del claroscuro de los años.

Primer acto de independencia signado en la infancia, la lectura como apropiación de la lengua y el espacio, por lo tanto del tiempo, otorga al acto de escribir un plus que excede la sumatoria de recursos y procedimientos que hacen a los instrumentos estilísticos. La literatura amotinada se posa precisamente en esas tensiones descentradas en la que arbitrariedad de los géneros queda desplazada por el compromiso con la vida, con la verdad, con las contradicciones, con “la profusión de lo real”, entre realidad y ficción.