Los antologadores de El mezcladito, muestra de poesía actual de América Latina —la argentina Julieta Mortati y el alemán Timo Berger— intentan explicar de diversas maneras el sentido de su libro. Al empezar le dicen “rejunte”. Más adelante, confiesan: “Juntamos lo que nos parecía”. Inmediatamente, van un poco más allá: “este libro es un registro de la poesía que se está produciendo y leyendo en América Latina y que de algún modo logró cruzar las fronteras de sus países y del continente con todo lo bueno y lo malo que eso implica”. Pero, rápidamente, reculan: “Por ahí suena un poco pretencioso”. Después dicen que en este libro está la poesía “que nos mueve el coco”. Luego intentan ir por otro camino: “Esta antología también me parece que es una manera de cruzar experiencias y que se conozcan poetas, editoriales y se establezcan nuevos lazos”. Dicen todo eso y más, pero no dicen lo principal. Y lo principal se encuentra en la última página del libro, en un párrafo discreto que sólo encuentran los lectores que han logrado llegar a esos remotos parajes: “Los poetas que componen El mezcladito fueron seleccionados entre aquellos que participaron en Latinale, el festival de poesía de América Latina que se organiza desde 2006 en Berlín, Alemania”. Podían haber empezado por ahí. Sin embargo, tampoco dicen cómo los seleccionaron, con qué criterio, algo que toda antología está obligada a declarar de principio.
En fin. Cualquiera que tenga a su disposición poemas del mexicano Luis Felipe Fabre (1974), del argentino Martín Gambarotta (1968), de la cubana Damaris Calderón (1967), del argentino Washington Cucurto (1973), del peruano Domingo de Ramos (1960), del argentino Fabián Casas (1965), del mexicano Julián Hebert (1971), del boliviano Benjamín Chávez (1971) y algunos más puede hacer, no sé si una antología —que supone, ya se dijo, algún tipo de perspectiva— pero sí un buen libro de poemas.
Lo malo es que en este libro estos poetas están mezcladitos. No sólo con muchos otros (en total son 31 los autores recogidos en el libro) sino también entre ellos. ¿En qué relación, por ejemplo, se puede poner a Domingo de Ramos, Luis Felipe Fabre y Benjamín Chávez? Generacionalmente, el primero está lejos de los otros dos. Fabre y Chávez, por su parte, están más cerca en el tiempo, pero no sólo sus escrituras son diferentes, sino también sus perspectivas literarias. Lo único que tienen en común los tres poetas —ya se sabe— es que en algún momento, entre 2006 y 2013, participaron en el festival de poesía de América Latina de Berlín.
¿Qué se gana leyendo El mezcladito? Bastante. Información sobre la existencia de algunos y algunas poetas; confirmación de que la escritura de otros sigue gozando de buena salud; y también la idea general de que todo está revuelto (muy mezcladito) y que en la poesía latinoamericana de hoy no tiene mucho caso buscar tendencias, sino encontrar individualidades.
Esas individualidades se llaman, por ejemplo, Luis Felipe Fabre. Sus poemas publicados en El mezcladito inéditos en ese momento ahora forman parte de su tercer libro: Poemas de terror y de misterio (2013). Un libro de tono narrativo y guiños cinematográficos que acentúa su radical voluntad irónica ya vista en Cabaret Voltaire (2009) pero sobre todo en La sodomía en la Nueva España (2010).
Se llaman, por ejemplo, Julián Hebert, ese sombrío acapulqueño capaz de escribir una novela demoledora como Canción de tumba (2011). Sus poemas en El mezcladito son antiguos, pertenecen a Kubla Khan (2005), su primer libro de poemas importante. Desde entonces ha publicado por lo menos otros dos: Pastilla camaleón (2009) y Álbum Iscariote (2012).
Se llaman, por ejemplo, Benjamín Chávez. Mientras la antología recoge poemas de Historia de las invasiones perdidas (2012), Chávez, que sigue a paso firme, ha ganado la primera versión del concurso Edmundo Camargo que convoca el Gobierno Municipal de Cochabamba con El libro entre los árboles (2013).
Una muestra más de la seguridad con la que este avezado contemplador del mundo puede resolver en intensas imágenes materiales que en otras manos no pasarían de la anécdota.