Adriana Riva
"Me costaría mucho escribir algo que no fuera autobiográfico, ponerme a investigar y a escribir algo que no fuera una experiencia vivencial de algún modo", responde Adriana Riva a Gonzalo León. El libro de cuentos Angst es su debut literario y aquí conversamos con ella alrededor de sus inicios como escritora.
Por Gonzalo León.
Angst, publicado por la Editorial Tenemos las máquinas, es el primer libro de Adriana Riva (1980), los cuentos que lo conforman consignan su salto a la literatura, ya que antes de estas historias, donde aborda el relato familiar de un sujeto que es novia, hija, hermana, vecina, de una clase social burguesa, la autora no había escrito ficción. Por ello quizá su salto no sólo fue hacia allá, sino también hacia el relato familiar y la autoficción.
En esta mezcla –una forma, el otro tema, ambos bastantes recurrentes en la literatura– resulta difícil determinar si Riva ha conseguido proponer algo nuevo, en el sentido de singular o propio, lo suyo pareciera ir hacia la determinación de en qué consiste ese salto que dio, o está dando, y en ese sentido sus cuentos tienen la frescura de ese descubrimiento. Si resulta difícil determinar si Angst es algo nuevo literariamente, no lo es tanto cuando se analiza este gesto. Parafraseando a Witold Gombrowicz cuando dice que a un artista lo define aquello que ama, Riva parece tener muy claro lo que ama. No es que haya visto dentro de la literatura mundial qué tema es el más recurrente y luego haya decidido por él, eso implicaría frialdad; muy por el contrario, para ella, el relato familiar es algo sustancial a su concepción de ficción, al menos por ahora, y esto por tanto la define como artista, en este caso como escritora.
Adriana Riva empezó leyendo novelas, pero en un momento dio un giro y comenzó a escribir y a leer cuentos, género que maneja con naturalidad, como si desde un comienzo se hubiera dedicado a escribirlos. A veces los saltos dan estos inesperados resultados, tan inesperados como los personajes de sus historias, que parecen más delineados para una novela; sin embargo, funcionan porque dentro de la lógica interna de ellas, más que dar cuenta de los propios personajes dan cuenta del mundo en el que se circunscriben, un mundo burgués, que en ningún caso implica la reafirmación de ese orden, sino sólo el conocimiento de contar lo que se sabe, es decir, el viejo refrán de Tolstoi: “Describe tu aldea y serás universal”. De este modo Riva se aleja de las novelas y libros de cuentos que han abordado el conurbano, como si el realismo social argentino fuera la representación de un solo mundo.
¿Qué te llevó a incursionar en el relato familia?
Bueno, esto se escribió justo después de la muerte de mi papá, y yo no había escrito nunca antes ficción, siempre había fantaseado con la idea, pero no sabía qué escribir, y entonces a partir de esta muerte empecé a tener material, en gran parte autobiográfico, aunque no todo; ahora que lo pienso hasta el día de hoy me costaría mucho escribir algo que no fuera autobiográfico, ponerme a investigar y a escribir algo que no fuera una experiencia vivencial de algún modo, siento que si me decís escribite ahora algo sobre un médico en un quirófano no sabría narrar las pequeñas cosas que dan autenticidad o veracidad al relato.
¿Por qué no te quedaste más con la muerte como tema y sí con el relato familiar?
Quizá había otras cosas para explorar, pero la muerte de papá fue un sacudón, si querés, un disparador, después me di cuenta de que tenía un montón de cosas en la cabeza, que podían funcionar para cuentos, y una vez que me animé con el primero vino el resto. Y el primero se llama ‘Kokkola’, es un viaje a Finlandia, el casamiento de mi hermano, y primero lo escribí en forma de crónica; cuando volví del viaje sentí, otra vez, que tenía material, escenas para armar algo. Y después retomé cosas que tenía escritas, así sueltas, también en forma de crónica (la enfermedad de mi padre, su muerte, lo que había sido el velorio), y las transformé en un cuento.
¿Hay algunos modelos o lecturas que te ayudaron a abordar el relato familiar?
Bueno, uno cuando lee siempre imagina que puede hacer eso, pero luego sale lo que sale. Mi libro enterrado, de Mauro Libertella, que es sobre la muerte de su padre, y un par más, que iban en el mismo tema.
Al final de Mi libro enterrado hay un listado de libros que abordan la muerte del padre.
Sí, pero ese fue el libro que más me llegó y después lo que hice fue leer muchos cuentos, antes yo había sido de novela, pero en un momento viré específicamente a las cuentistas. Mientras yo escribía lo que leía era Lorrie Moore, Alice Munro, Cynthia Ozick.
Sorprende que hayas sido una lectora de novelas antes que cuentos, porque el género fluye de manera natural en tu escritura.
No, no hay nada de natural, es puro esfuerzo, disciplina y trabajo. Lo que sucede es que condensé la lectura de cuentos en muy poco tiempo, leí ahora que recuerdo a Natalia Ginzburg, que habla mucho de relaciones familiares, y después tuve una pelea con cada palabra, con cada frase, y el trabajo de condensar las cosas en un cuento. Ahora si parece natural la escritura de mis cuentos, mejor.
Resumiendo: comenzaste leyendo novelas, luego cuentos y ahora estás con…
Ahora estoy con la poesía, me enganché, y me encanta, me gusta mucho. Pero déjame contarte: yo fui de toda una vida de novela, de hecho casi no miraba otros géneros, y ahora soy todo lo contrario: si una amiga me pide una recomendación entre una novela y un libro de cuentos, le recomiendo un libro de cuentos.
El mundo de tus cuentos es el de una cierta burguesía, que no es algo muy visitado al menos en la literatura argentina actual. ¿Cómo se te ocurrió llevar ese mundo a tus cuentos?
Es un poco como te decía, autobiográfico. Todos los personajes que voy conociendo voy agarrando un poco de él, otro poco de aquel, y les robo frases, modos de vestir, y es un poco el mundo en el que yo me muevo. No es que pueda ponerme a escribir algo que no tenga idea: hay un cuento en la India, yo estuve en la India; hay un cuento sobre la chica que corre es un poco el recorrido escolar que hacía la micro que me llevaba al colegio, y ése es el mundo que conozco.
¿Hay tensión entre el mundo real y el mundo que muestras en tus cuentos o los trabajas como autoficción?
Uno trata de trabajarlo como autoficción, lo que sí me pasó fue que una vez que lo escribí ha venido gente que se reconoce en algunos cuentos y me ha dicho: “Ay, pero yo nunca dije esa frase”. Bueno, yo les digo: "No sos vos, está basado en vos". Y tal vez esa frase se la saqué a otra persona. La gente tiende a identificarse e insiste que ese personaje es él o ella, pero uno trata de separar, aunque no siempre se pueda. Yo traté de que esa tensión que vos hablás no me conflictuara más de lo necesario, y creo que los cuentos me permitieron transformar la realidad, y para eso estuvo bueno el entierro de mi papá, donde la agarro y la transformo en un cuento, y eso, aunque algunos no puedan verlo, es una nueva realidad.
¿Aspiras a que el lector se identifique con tus historias y con tus personajes?
Con algunas sí, pero las demás historias tienen personajes que están muy coloreados, muy mezclados, por eso trato que la gente se identifique más con las situaciones: la muerte de un padre, las relaciones familiares, etcétera.
Y dentro de este relato familiar, pienso en Thomas Mann, Franz Kafka, Gabriel García Márquez, ¿hay alguno de ellos que te identifique con un mundo a tratar?
La verdad es que son todos autores que leí muchísimo, de hecho Kafka y García Márquez fueron mis máximos referentes cuando era chica, con los que arranqué y me enamoré de la literatura cuando era chica, con doce o trece años. Mi problema es que tengo muy mala memoria, entonces sólo retengo ideas que me gustaron o que no me gustaron, pero después no las puedo desarrollar porque al año se me olvidan. Eso supongo quedó en algún lado, en algún basurero de mi cabeza, pero no te podría decir puntualmente porque me costaría incluso si me preguntaras cuáles son tus personajes literarios favoritos, porque me los olvido.
Dentro de los autores que han retratado cierta burguesía, como Proust, José Donoso y Fitzgerald, siempre ha sido con alguna clase de brillo –fiestas o decadencia–, pero en tus personajes hay cierta opacidad. ¿Cómo fue literariamente el trabajo con estos personajes?
Hay algunas cosas que quedaron fuera de esto, de hecho arranqué trabajando perfiles de personajes, y eso me sirvió no para explotar ese mundo que mencionás, porque quizá hubiera sido bueno explotarlo más. Como tengo naturalizado mi mundo quizá no me doy cuenta, lo que no impide que a otra persona, a otro escritor pueda llamarle la atención. De verdad no pensé: Voy a explotar ciertas cosas de este mundo del que no se ha hablado mucho en la literatura argentina. No, es el material con el que me encontré.
Me llamó la atención que en el cuento ‘Kokkola’ esas dos hermanas, madre y tía, con la descripción de un solo gesto de ellas se muestre la clase social a la que pertenecen. Es cierto que no ahondas, pero marcas un territorio.
Hay muchas cosas que me son espontáneas, y lo que pienso es que, otra vez, arranco primero con el personaje, no arranco con la clase social, y las cosas que vos decís de ese cuento lo hice sin pensarlo; no tengo esa capacidad de decir: Quiero mostrar esto con este cuento. Lo que quiero lograr siempre es que mis cuentos conmuevan, y eso no es a partir del lugar que ocupan en una determinada escala social, sino de relaciones familiares, del lugar que ocupan en una familia en particular.
¿Coincide entonces en que tus personajes están muy delineados?
Lo que pasa es que como son muy reales no puedo fallar, no son personajes inventados. De hecho me ha pasado que cuando quise hacer cosas de las que no conozco tanto uno se da cuenta de que incluso la voz del narrador falla; en cambio alguien me puede decir que mis personajes o mis narradores tal vez no funcionan para la literatura, pero de que son reales son reales, ¡existen! Por eso que no le puedo pifiar a lo que hago.
¿Esa línea entre lo familiar y la autoficción es lo que te interesa finalmente?
Sí, me encanta. Me gusta contar eso porque uso la literatura como herramienta de transformación personal, busco a lo que a mí me toca.