10 de julio de 2017
¿Qué es lo que convierte a alguien en escritor? ¿Cuál es ese certificado que coloca a cualquier hombre o mujer interesado en las letras en ese sagrado podio? ¿Acaso el hecho de publicar? ¿El tener un cuentito prolijo, hecho en algún taller literario, lo convierte a uno en un portentoso escribidor? En 1967 Ricardo Piglia ya se ganaba el pan con la escritura. Escribía por encargo. Comenzaba a ser lo que se suele llamar un escritor profesional. Mientras tanto, comenzaba a construir su itinerario de lecturas, sus modos de leer y hacer crítica. Poco tiempo después publicó su primer libro de relatos, La invasión. Fue en aquel momento que la editorial Jorge Álvarez le encargó una serie de perfiles que sirvieran a modo de introducción de la colección Crónicas de Norteamérica, dirigida por Pirí Lugones. Así nacieron estos doce textos, que fueron recopilados por la editorial independiente Tenemos las Máquinas a fines de 2016. Con el agregado de un ensayo formidable, “Cuentos policiales norteamericanos”, en donde Piglia explica con una claridad pedagógica envidiable los pormenores de la novela negra o thriller estadounidense. En una entrevista a la agencia Télam, poco antes de su muerte, decía: “Escribía muy bien en ese tiempo, mejor que ahora, pienso a veces. Un escritor no evoluciona. Cada tanto, si tiene suerte y está inspirado, acierta con el tono y escribe más o menos bien”.
El libro abre con una nota a la presente edición compuesta por un texto breve, uno supone que escrito por un Piglia ya muy enfermo, con una esclerosis lateral amiotrófica avanzada, en donde contextualiza estos escritos e incluye algunas entradas de sus diarios editados como Los diarios de Emilio Renzi por Anagrama, cuyo tercer tomo saldrá este año. Escribe un joven Piglia o, más bien, vomita: “Me descubro un talento natural para escribir retratos de escritores que admiro. Tienen algo de lo que busco en los ensayos (son narrativos) pero están amenazados por la rapidez y por cierto tono lírico”. Esto se cumple en cada retrato breve que combina análisis de sus obras, algunos cuentos destacados y pinceladas literarias del propio modo de narrar de Piglia. El autor presenta y construye a un personaje como luego lo hará más adelante en sus relatos o en novelas como Respiración artificial o Plata quemada. Así, define a William Faulkner como “otro viejo profeta que viene a recordar los mitos de la estirpe”. Intercala todo el tiempo procesos narrativos con otros propios del ensayo. Citando a otra de sus obras maestras, oscila entre la crítica y la ficción. Dice de Francis Scott Fitzgerald que “la historia de su generación era su propia vida: amores desdichados y baldes de champagne, la pasión del dinero y el terror al fracaso entre las pataditas del charleston y la corneta melancólica de Bix Beiderbecke”.
Piglia dice en su diario que leyó con atención extrema a las grandes plumas norteamericanas como una forma de resistencia al boom latinoamericano, a la impronta de Borges y Cortázar, que, en sus palabras, “hacían estragos en los escritores de mi generación”. Uno intuye este embrujo que cautivó al autor de Blanco nocturno en, por ejemplo, el retrato muy literario que hace de Ernest Hemingway describiendo su experiencia en la guerra y lo imborrable que fueron esas cicatrices. Y al mismo tiempo, mientras transporta al lector al medio de las trincheras, le da una lección de literatura al construir al Premio Nobel como un escritor duro, de historias bien masculinas, y a otros como John Updike los ubica dentro de los relatos de “hombres austeros e íntegros”.
Sin dudas, la perla de esta edición es el ensayo “Cuentos policiales norteamericanos”. Podría ser leído como una conferencia, como las que Piglia dio en los últimos años de su vida en la TV Pública. Aquí se pregunta acerca del nuevo (en ese momento, los años ‘60, era nuevo) cuento policial estadounidense y rastrea su origen enalteciendo a la revista Black Mask. Dirá sobre esto: “No son narraciones policiales clásicas con enigma”. Las une, según Piglia, “un trabajo diferente con la determinación y la causalidad. La policial inglesa separa el crimen de su motivación social. (…) las relaciones sociales aparecen sublimadas”. Marca diferencias con, por ejemplo, el cuento policial de Edgar Allan Poe. Describe lo que luego se llamó novela negra, que hoy inspira al tan en boga neo-noir. Nombres como Raymond Chandler o Dashiell Hammett serían los máximos exponentes de esta nueva forma de narrar donde, según Piglia, “el dinero que legisla la moral y sostiene la ley es la única razón de estos relatos, donde todo se paga. Allí se termina con el mito del enigma, o mejor, se lo desplaza”. Desaparecen los detectives a la Sherlock Holmes y aparecen hombres incorruptibles, las “determinaciones de las relaciones sociales” se desnudan. La perfección de la literatura policial (considerada un género menor) que antes pasaba por encontrar al culpable, invisibilizar al asesino y enaltecer el enigma, ahora se basa en evidenciar la podredumbre de la sociedad. Lo que se evidencia en la tesis central de este ensayo: “El crimen es el espejo de la sociedad, esto es, la sociedad es vista desde el crimen”.
La edición, muy bella, está acompañada por la lista de los cuentos prologados por Piglia y fotos en blanco y negro de Walker Evans que le dan una impronta visual a esta obra. Se constituye como un muestrario formidable de una tradición literaria y un ejemplo de cómo leía y criticaba uno de los más grandes críticos literarios (sino el más) de este país.
En este documental producido por Netflix se explora el impacto del cine como herramienta de propaganda en un conflicto bélico. A la vez, se volvió un pilar fundamental del género de registro, casi como un periodismo de guerra en formato audiovisual. Se basa en el libro homónimo del periodista Mark Harris y cuenta la historia de cinco grandes directores de los años '40 (John Ford, Frank Capra, William Wyler, John Huston y George Stevens) que se alistaron en las Fuerzas Armadas como corresponsales cinematográficos. Armados con sus cámaras, viajaron a la guerra y registraron más de 100 horas de filmación, que derivaron en 13 documentales.
Cinco directores contemporáneos consagrados (Francis Ford Coppola, Guillermo del Toro, Paul Greengrass, Lawrence Kasdan y Steven Spielberg) analizan sus obras y su legado. Con un fondo negro, se intercalan, reconstruyen el trabajo de estos hombres y se preguntan sobre su participación política, sus logros, sus miserias y hasta qué punto fueron necesarios para construir de manera simbólica a los Estados Unidos como la gran potencia mundial de posguera. Algo que perdura hasta hoy.
Guillermo del Toro describe los estilos muy diferentes entre sí de cada uno de estos corresponsales de lujo: “Ford lo abordó desde una escala mítica y épica. Huston la vio como una aventura. Wyler y Stevens lo trataron de un modo increíblemente humano. Y Capra lo manejó de un modo conceptual, para resolución de problemas”.
Frank Capra, que funcionó como un coordinador de varios proyectos, gestó su serie de documentales llamada Why We Fight, que fueron un fracaso comercial estrepitoso. El objetivo era darle un contenido moral a la guerra, que hasta el momento no existía. Querían que sirvieran como motivación para los soldados y para el ciudadano promedio para justificar la intervención de los Estados Unidos en el conflicto. Todo el tiempo se hace alusión al ejército de las Naciones Unidas o de la libertad. El trasfondo ideológico era claro: Estados Unidos representaba la libertad de los pueblos oprimidos por el nazismo y por los japoneses. Una justificación similar a la que se anida detrás de las intervenciones del país del norte en la actualidad.
En The Battle of San Pietro (1945), Huston reconstruyó parte de una cruda batalla en Italia como si estuviera rodando una ficción. Wyler se queda sordo al subir al avión donde filmó Thunderbolt (1947). The Negro Soldier (1944) sirvió para poner sobre la mesa las problemáticas raciales que sufrían los soldados afroamericanos. El racismo y la construcción del enemigo se cristalizó en Know Your Enemy: Japan (1945), de Capra. Aquí eran vistos como seres salvajes que pretendían saquear América.
Hay dos documentales que se destacan por la crudeza de sus imágenes y su rigor documental: Let There Be Light (1946) de Huston y Nazi Concentration Camps (1945) de Stevens. En el primero, Huston registra las entrevistas que tienen jóvenes soldados que volvieron de la guerra en un hospital militar. Con un cuidado de la fotografía soberbio, muestra las cicatrices a flor de piel que dejó la batalla. El estreno comercial llegó en los '80, ya que el gobierno la consideró “mala propaganda”. En la película de Stevens se muestra el horror de los campos de concentración nazis casi en el momento en que se descubrieron. Pilas de cadáveres esqueléticos, montones de ropa abandonada, cámaras de gas. Stevens quiso recolectar evidencias para condenar a los culpables.
Ford rodó una obra maestra cinematográfica, The Battle of Midway (1942). Allí registró un conflicto crucial de la Guerra del Pacífico entre Japón y Estados Unidos. Una batalla aeronaval con imágenes que influyeron de manera determinante a Apocalipsis Now (1979), por sus colores bien saturados y su estética. La pantalla se cubre casi por completo con una nube negra color petróleo que contrasta con el azul del océano.
Otro momento crucial es la filmación del Día D, coordinada entre Ford y Stevens bajo la supervisión de Capra. 4 mil soldados murieron. Registraron una masacre. Al día siguiente, Ford pasó tres días emborrachándose y dejó la Marina para siempre.
En 1942 la Academia agregó en los Oscar la categoría Mejor Documental gracias a estos directores. Es interesante ver cómo se reincorporaron a un nuevo Hollywood de posguerra. Ford se enfrentó con John Wayne, su actor fetiche, al increparlo por no haberse alistado al ejército. Wyler se volvió un director aún más consagrado con Lo mejor de nuestra vida (1946) retratando a veteranos de guerra. Capra filmó su mejor película, Qué bello es vivir (1946), aunque no tuvo mucho éxito. Huston filmó la reconocida El tesoro de la Sierra Madre (1948). Stevens no volvió a hacer una comedia y retomó el tópico de la Segunda Guerra con El diario de Ana Frank (1959).
Con un material de archivo formidable y una narración en off de Meryl Streep, Five Came Backdesnuda el discurso moral de la guerra elaborado por los Estados Unidos, se interroga acerca del rol del cine como herramienta de propaganda y revisita los horrores más profundos. Al final se mezclan, como chispazos, imágenes de los filmes de ficción y no ficción de estos cinco enormes directores. Uno no sabe dónde termina la realidad y empieza lo actuado. Dónde está el registro y dónde la construcción. Aunque uno comienza a pensar que ya no tiene sentido buscar ese límite cada vez más difuso.
Este libro funciona como una puerta de entrada a la forma en la que Elvio Gandolfo piensa, entiende y siente la literatura. Dividido en cuatro partes (ciencia ficción, policial, fantasía y terror) puede leerse también como una apuesta política, ya que se mete con los denominados géneros “menores”. De la mano de esto, aparecen referencias a la cultura pop, al cine, a la problematización del best seller y al canon literario. En el prólogo dice que podría definir su intención como “didáctica y entretenida, con énfasis en el segundo adjetivo, dado el progresivo aburrimiento en las estructuras educativas”. Gandolfo es no solo un escritor notable sino también un eximio ensayista. Hay que tener en cuenta que la mayoría de estos escritos circularon en revistas como El Péndulo, El País Cultural o en colecciones del Centro Editor de América Latina. Es decir que al igual que los géneros que analizan (cine clase B, literatura que podría encuadarse dentro del folletín o el pulp) sus semblanzas e impresiones también circularon por carriles similares. No hablamos de conferencias ni de canon. Esto es un registro de la voz, sin filtros y con la sangre caliente, de un escritor que define un modo de leer mientras contagia una pasión.
La fibra autodidacta y anti académica de Gandolfo emerge en cada reseña, en cada ensayo. Se destacan el de la ciencia ficción argentina, sus textos sobre Philip K. Dick, su reseña de la obra de Stephen King en 1981, cuando era una novedad editorial, y su análisis de la narrativa policial. Dice Gandolfo sobre esto: “Se plantea como una reacción contra lo sobrenatural o fantástico, para mejor defender los derechos de la imaginación”. Se da el lujo de construir una formidable semblanza de la obra de John Carpenter y también sobre la figura de Alien. Dice sobre el terror que “hay una emoción tan básica como el sexo: el miedo o el temor, llevado con frecuencia al paroxismo”.
Escribe sobre Chronic City, una de las mejores novelas del norteamericano Jonathan Lethem, y aprovecha para analizar la literatura norteamericana toda. Traza paralelismos entre los consagrados, como Jonathan Franzen, Michael Chabon, señala diferencias con Don DeLillo o Philip Roth. Aquí se evidencia su erudición y su curiosidad absoluta no solo por lo fantástico (en el caso de Lethem la ciencia ficción) sino también por el realismo yanqui. Señala que estos autores “no desdeñan el humor ni reverencian el testimonio o el realismo”.
Otro aspecto interesante es el compendio de reseñas de literatura fantástica. Aquí aparece una semblanza de la obra de Richard Matheson, autor de Soy leyenda, otra sobre el creador de la heptalogía Las crónicas de Narnia C. S. Lewis y varios ensayos sobre el género. “Narraciones fantásticas” es un ensayo pormenorizado escrito en 1981 en donde se analiza el presente del género, la construcción del verosímil y las diferentes voces o matices. “El mundo verdadero de la ficción” se incluyó en la revista Minotauro en 1983 y aquí aparecen La historia sin fin, de Michael Ende y El señor de los anillos, de J. R. R. Tolkien dialogando entre sí. En otro artículo del mismo medio, “Los países de la mente”, se reseña En otros lugares del poeta Henri Michaux explicando que este libro goza de una estructura que es como “una cinta de moebius que se muerde la cola y disuelve la idea de un principio, un desarrollo y un fin” narrando los viajes de un escritor tenzando los límites de la realidad y la ficción. Algo similar a lo que hace Gandolfo al reseñar, criticar, pensar diferentes mundos literarios sin miedo a hilvanar diversas técnicas narrativas.
Así como para Gandolfo estos géneros menores son como una especie de “refresco” de una literatura mayor, este libro es un soplo de aire fresco para la crítica literaria. Gandolfo y este compendio recargado de ensayos (ampliación de una primera edición de 2007) funcionan como un punto de vista, una intervención en el campo; una voz fuerte y clara en el medio de un murmullo incesante.
Pablo Díaz Marenghi es periodista y docente. Colaboró en el suplemento Ni a Palos de Tiempo Argentino, en las revistas Maten al Mensajero, UltraBrit, RockenOn y en el semanario DiarioZ. En 2016 publicó Codex, música contemporánea. En Twitter es @pediazm.