Inés Acevedo comenta los cuentos de "Los mejores días", opera prima de Magalí Etchebarne (Ed. Tenemos las máquinas).
Por Inés Acevedo
"Los hechos graves están fuera del tiempo, ya porque en ellos el pasado inmediato queda como tronchado del porvenir, ya porque no parecen consecutivas las partes que los forman". J.L. Borges
Después de cerrar el libro de cuentos Los mejores días (Ed. Tenemos las máquinas) empecé a tratar de procesar el impacto que me había provocado, quise hacer una lista con las cosas que me gustaban, y al final, hace poco, caí en la cuenta de que varias cosas que se cuentan allí vienen de la vida de la autora, pude identificar que algunos sucesos y personajes eran autobiográficos. Pero yo no lo había notado. Tomo nota de eso porque también me sirvió para entender por qué era tan bueno este libro.
Es que, por más que identifico ciertas anécdotas o personajes con cosas que refieren a la vida de Magalí Etchebarne, a mí nunca me pareció, en ninguna palabra del libro, que ella quisiera contar algo, ni de su vida ni de nada. Es un libro sin pretensiones, es una escritura inofensiva, inofensiva en el sentido en que Tamara Kamenszain desarrolla esta idea en Una intimidad inofensiva. Los que escriben con lo que hay. No hay intencionalidad ni rastros de doctrinas, ni siquiera sobre la literatura. Yo sentí que en este libro se decía, justamente: "Esto es lo que hay".
Son historias sobre mujeres, y sobre cómo ellas adquieren conocimientos importantes sobre la vida, y los obtienen por una experiencia que siempre está atravesada por el diálogo con otras mujeres. Como dije, no hay intención doctrinaria, y sin embargo dice cosas tan verdaderas que, al final, al cerrar el libro, esas verdades, que fueron dichas de una forma simple pero llena de poesía, tanto en las voces de la gente como en los paisajes de río donde las cosas suceden, parecen desbordarse para quedarse con nosotros para siempre.
Cómo sería exactamente esta manera de contar? Etchebarne resuelve un dilema terrible del cuentista, que es cómo evitar contar algo.
Entonces, ¿cómo sería exactamente esta manera de contar? Magalí resuelve un dilema terrible del cuentista, que es cómo evitar contar algo. (Dice Saer respecto del problema de contar algo, de contar un sentimiento o un acontecimiento: "De esa nada del sentimiento y del acontecimiento, he tratado, durante años, y trato todavía, de desembarazarme.. Ese desalojo ha de ser, para un escritor, la condición básica que le permita encontrar el camino de una invención positiva. La ganga de lo falso, el sentimiento y el acontecimiento, es tenaz, y el riesgo de arrancársela de sí estriba en que puede dejarnos, incurablemente tal vez, en carne viva"). Creo que con eso se quiere decir que no se trata simplemente de "contar una historia": quisiéramos que el lenguaje se valiera por sí solo para poder situar a un lector en otro mundo.
Durante muchos años, un paradigma importante fue cuánto narrar, qué cantidad de lo que se quería contar dejar afuera, sugiriendo algo; era una técnica potente y atractiva, porque nos dejaba mucho para hacer como lectores, nos enaltecía, y eso es agradable. El problema es que, aun dejando afuera la cosa narrada, aun contándola sin contarla, aun rodeándola con hechos y descripciones que no hacían más que señalarla, el gesto de querer contar permanecía (Borges ya había solucionado ese problema de manera superadora, antes que a Hemingway se le ocurriera esta idea, como siempre). Pero además, otro problema de ese paradigma es, y eso lo sentimos con oídos del siglo XXI, que esa manera de contar no nos dejaba decir ciertas cosas, especialmente, no nos dejaba hablar de nuestros sentimientos (y este es un problema que Magalí resuelve).
¿Y por qué no se puede contar algo así como así? Si un cuento intenta contar algo, si sentimos por parte del autor una mínima intención, eso ya nos devuelve al mundo, nos devuelve al autor, que está en el mundo, y a lo que quiere contar, que es algo del mundo, y eso es lo que no queremos como lectores, no queremos abrir un libro y recordar nada de ese mundo que queremos soterrar, de ese mundo del que, humildemente, y ante la ley, esperamos escapar cuando abrimos un libro. Si eso ocurre, la ficción fracasa.
Por eso, teniendo en mente esta simple y común idea de que la literatura tiene el poder de embarcarnos a otro lugar, a otro mundo, busqué en este libro tres momentos cruciales que nos hacen sentir, como lectores, que ingresamos a la ficción, y también busqué ver cómo en cada momento se resolvía este problema de contar sin contar.
En la primera oración de este libro ya es claro que valdrá la pena releerlo.
El primer momento es el comienzo. Como dice Pavese: "Una vez escrita la primera línea de un relato, ya está todo elegido, el estilo, el tono y el giro de los acontecimientos". En la primera oración de este libro ya es claro que valdrá la pena releerlo. En el primer cuento, "Como animales", la narradora comienza así:
"Las mujeres en esta familia no engendran a sus hijos, se los traen de lugares. A nuestra prima Carolina la trajeron de una provincia del norte cuando tenía cinco años y dice mi mamá que llegó con las uñas negras de carbonero; la abuela misma no conoció a su madre, la entregaron a una prima lejana porque no tenían plata para criarla".
El libro se inicia con un saber: las mujeres de esta familia no engendran hijos, se los traen de lugares. Ese saber proviene de una serie de lazos familiares femeninos: madres, abuelas, primas, y es un saber imposible de reconstruir, imposible de contar. A continuación, hay un micro relato, puesto en boca de la madre: "llegó con las uñas negras de carbonero". ¿Qué es un carbonero? ¿Alguien que pone carbón en un ferrocarril? ¿Un minero? ¿O es simplemente una forma de esa familia de decir que alguien tiene las uñas sucias porque un día algún carbonero habrá ido a comer a la casa y la familia se escandalizó porque no se lavaba las manos? Ya estas pocas frases y ya una sola palabra elegida nos meten en un mundo de inmediato, y ya contienen todas las cosas de las que hablan estos cuentos. Saberes fijados por lazos de mujeres, palabras específicas que solo tienen sentido hacia el interior de una familia. La tercera frase, la que refiere al origen de la abuela, parece el resultado de cientos de repeticiones dentro de esa familia, o tal vez de intuiciones, no lo sabemos, pero es también una frase construida por cientos de experiencias compartidas y cientos de palabras y emociones imposibles de contar o reproducir. Ya entramos a un mundo donde están estas mujeres que comparten cosas y que esas cosas producen un saber que es una ley de la vida y esa ley tiene el primer lugar en el libro: "las mujeres de esta familia no engendran hijos, se los traen de lugares".
El segundo momento es el final. El momento que todas, como escritoras, quisiéramos que nuestros lectores vivieran, y que, como lectores, nos gusta tanto sentir, que es que al cerrar el libro, nuestro horizonte y los puntos cardinales no siguen estando en el mismo lugar que cuando lo empezamos. Obtenemos, de la ficción, un horizonte más grande, y nos encaminamos en una nueva dirección. Esta es la última oración del libro, en el cuento "Capitán". Es la oración que nos despide de ese mundo y nos deposita nuevamente en nuestra realidad. Aquí la narradora espera, sola en el Tigre. Espera algo de su novio y espera algo de la naturaleza que la rodea. Sin comas, dice (Espero)
"Su muerte la crecida del río la llegada del dorado las plagas de mosquitos".
Es un final muy inquietante. El libro se cierra con una mujer que espera sola en la naturaleza, espera que su ser querido y atormentado muera o nunca regrese, y espera que la naturaleza se vuelva caos, y está sola. (En otro gran momento de este libro, uno de mis momentos favoritos, una chica descalza debe hacerle frente a un escorpión, pero el escorpión se escapa, entonces para poder atraparlo ella se pone a ordenar y a limpiar la casa corriendo el riesgo de morir en ese "ordenar el caos", sin que su novio quiera ayudarla). El libro nos deja con eso. Pero en esa mujer no hay miedo, hay una simple espera del caos y el conocimiento de que ese caos y esa soledad son algo que nos acompañará siempre.
Romper así las reglas de la escritura es tan genial como lo es que Martín Fierro rompa su guitarra
Esa frase sin comas, el abandono de la sintaxis no podría ser más genial como manera de finalizar un libro. Parece que romper así las reglas de la escritura es tan genial como lo es que Martín Fierro rompa su guitarra. En ese cuento lo que se cuenta podría ser la historia de una mujer que ama a un hombre atormentado o también la manera de empezar a olvidarlo o despedirse de alguien amado. Todas esas son historias posibles, no se cuenta una sola historia, pero lo que sí se cuenta es una cosa verdadera y terrible y esa cosa se dice claramente, no es ningún iceberg que debamos bucear: se dice que la soledad y el caos en nuestra vida son algo cierto.
Y por último, el tercer momento, que es esa experiencia alucinante que es pasar por una frase en un libro y que esa frase haga que nuestra mirada se retire del papel y quede en el vacío, y quedarnos recalculando en nuestra cabeza y en nuestro corazón, calibrando esas cosas que el texto está modificando en nosotros. Es un momento de libertad única, porque pareciera que no estamos en este mundo ni en ningún otro, como si la literatura nos pudiera regalar un paréntesis de la vida que es en realidad una sobrevida. Y me pasó muchas veces al leer este libro, pero elijo un fragmento que sé que a otras personas también les impactó, este fragmento está en el cuento "Buena madre":
"A veces el pasado son cajas adentro de otras cajas que uno va abriendo a medida que se las encuentra en la memoria y adentro tienen un mensaje. Pero a veces no hay ningún mensaje, a veces no dicen nada. Y mirar para atrás es como apagar la luz. Su abuela le dijo una de esas tardes en que monologaba, un poco hipnotizada como solía estar por ciega y perdida en el bosque quemado de su mente, que una mentira puede fundar una familia, y que el amor es una excusa que enseguida se prende fuego en el living".
Es un fragmento notable, y el libro está lleno de frases como esta, llenas de poesía, o que parecen letras de canciones y también de una técnica perfecta (la repetición de las palabras "cajas" y "mensaje", también una frase larga que se remata luego con una oración corta: "Y mirar para atrás es como apagar la luz". Y luego de esa primera frase tan filosófica sobre el pasado, aparece de pronto la sabiduría de la abuela que nos coloca en un espacio más que real y mundano: el living, y ese contraste nos sorprende). El libro está lleno de estas metáforas propias y ajenas, hechas con los materiales más comunes, como cajas y livings.
Ese saber sin dueño, del que nadie se hace cargo, ni lo invoca o lo pregona, ese saber imposible de ser contado o trasmitido, es el que mueve y enlaza todas estas historias. Ese saber, que es propiedad de esas mujeres y al mismo tiempo no lo es, porque siempre se transmite, es transversal al tiempo, y es el que está moviendo los relatos, pero lo interesante es que ese saber no se oculta, al contario, está en primer lugar. No se trata de contar una historia que ilustre este saber. Es al revés: ese saber quiere estar vivo, pugna por salir, y por eso esa idea busca en el pasado sucesos, puntos de contacto que lo actualicen. Así es como se forman estos relatos. Ese ese saber el que mueve los relatos y selecciona sucesos que lo hagan emerger como algo cierto.
Con estas tres cosas yo creo que este libro responde a importantes cuestiones de la literatura del siglo XX y el siglo XXI. Del siglo XX, algo que tanto preocupó a los más grandes, y que nos sigue preocupando: cómo contar sin contar. Del siglo XXI, algo que también nos mueve, y que es un espacio en el que las mujeres podemos tomar la palabra con gran soltura y que es, poder hablar de los sentimientos.
Pero me queda algo más para decir. En la contratapa yo dije que este es el libro que todos desearíamos escribir, y no era solo una frase bonita. Quería decir que en este libro cada cuento se basta por sí solo, pero el total del libro es más que la suma de las partes. Y ese plus es y será el valor político del libro. Porque después de leerlo volvemos al mundo con una herramienta nueva. Podemos empezar a pensar cómo esas experiencias familiares nos constituyen y crean nuestra realidad, y empezar a trabajar con eso. Podemos pensar cómo son las mujeres de este libro. Hay madres y embarazadas, pero el foco de la historia no es el hijo, ni el padre del hijo, es una deuda pendiente consigo mismas. Hay abuelas que saben cosas de la vida y las transmiten, hay adolescentes comienzan a descubrir cómo es ser adultas, pero todas ellas no triunfan ni se rinden, simplemente atraviesan ese saber y lo transmiten. En este libro también hay narradoras que saben hacerse cargo de lo terrible que puede ser la vida con palabras justas.
Mientras pienso esto, mi mirada se cruza, por casualidad, (como pasa con los buenos libros, donde en cualquier página hay algo memorable), con una frase que también está en el cuento "Buena madre". Y quiero cerrar con esta imagen porque es la cereza política del postre. Pedro, el dueño del bar, le habla Clara, que es en ese momento su joven amante, y es la protagonista del cuento, y que en el presente de la historia es madre de un bebé. Pedro termina el diálogo diciendo:
"–[…] La vida no es tan larga, chiquita.
Y levantó la vista a lo alto de la ventana, arrastró el papel de diario con limpiavidrios por encima de él y dejó un arco sobre su cabeza: el camino tornasolado de restos de cif, las marcas, los puntos, los pedazos de papel. Un cielo de pedacitos".
Este libro nos deja la manera en que mira esta mujer. Mira a un hombre que limpia los vidrios, pero que en vez de limpiarlos los está ensuciando, dejando un cristal que debería ser impoluto lleno de sucios materiales de limpieza, y a través del vidrio y de esa suciedad esa mujer mira el cielo, mira el cif y mira los rastros del diario mojado: mira más allá del vidrio y también un poco más acá del vidrio para crear con eso algo que es y no es de este mundo: "un cielo de pedacitos".
(Ideas planteadas en la presentación de Los mejores días).