¡2.a edición!
¿Qué significa ser melliza? ¿Qué significa ser melliza ante los ojos de los otros y ante los propios ojos? Cuando alguien se lo pregunta, Pamela y Elisa ni siquiera contestan: «Si son una célula que se dividió en dos, hay algo ancestral con lo que luchan». Pero en la soledad de ser una misma a veces extrañan esa identidad en eco, ese ser en estéreo que las mezcla y las aturde y, al mismo tiempo, ocasionalmente, las completa: « ...escucha audios que se mandaron durante el día hasta que llega un momento que no sabe cuáles son los de ella y cuáles los de Pamela. Se confunde, no distingue cuáles eran sus ideas, si eran las mismas o eran otras. Con los recuerdos pasa lo mismo, se los prestan».
Pymes del conurbano, viejos militantes comunistas, estrategias de ventas para teléfonos celulares, besos con gusto a cerveza, citas de Tinder, fobias, emprendedurismo millennial y la pregunta sobre la maternidad: los personajes de estos cuentos habitan esos territorios inestables y desafiantes donde la lucha no solo es para abrirse paso en el mundo sino también para diferenciarse e intentar determinar con precisión -en el claroscuro de los días que corren- cuál es la propia historia y los propios deseos, dónde comienzan y terminan los límites de cada uno.
Con destellos de un humor que no les tiene miedo a la ironía ni a la ternura, una mirada aguda y precisa para las emociones y una profundidad que desarma, estos cuentos de Leticia Rivas impresionan por su destreza extraordinaria y conmueven desde la primera hasta la última página.
Federico Falco
Magalí Etchebarne: «Flora y fauna es un libro repleto de dobles, y es sobre todo una definición de la sororidad como solo una definición inteligente de la sororidad puede serlo, llena de lealtad y repleta de contradicciones.»
Agustina Larrea: «Todo lo que parece nítido trae una sombra, un doblez, un pliegue que tiene que ver con la búsqueda de la identidad por senderos que no hacen más que bifurcarse.»
*Ver conversación entre la autora y Soledad Urquia.
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FRAGMENTO
«Una oscuridad sutil»
Se bajó del colectivo en el lugar exacto donde él le había indicado. Una garita precaria al costado de la ruta y, a unos metros, un cartel negro que anunciaba: «Atilio: miel, huevos, pollos».
Había seguido atenta todas las referencias a través de la ventanilla: el peaje, el tramo largo por la autopista, la maderera, el gasoducto, la calle de ruta y las paradas escondidas que solo reconocen los lugareños, contar veinte y bajar en la del cartel del puestito.
Ahora miraba a su alrededor: la lluvia que se traslucía a través del único farol encendido, la oscuridad plomiza, los camiones que pasaban a lo lejos. Se refugió en un rincón al resguardo del agua y le escribió: «Llegué». Pero él no aparecía online. Debe estar viniendo, pensó. Agudizó la vista, el brillo de las luces altas de los autos la cegaba. Podía adivinar, unos metros más allá, algunas casas desperdigadas y, más lejos, tinglados en medio de un extenso terreno.
«¿Sabés algo de camionetas?», le había preguntado él. «Nada», le había dicho ella. Entonces él se limitó a una descripción simple, sin marca ni modelo: una camioneta gris.
*
Ella había empezado a usar las apps de citas ni bien se pusieron de moda. Iba y venía. A veces se cansaba y las desinstalaba, pero mientras estaba ahí, le divertía. Examinaba con detenimiento los perfiles: la elección de cada foto era un gran indicador del espejo donde uno se miraba, las partes de sí mismos que consideraban seductoras. ¿Cómo era posible que tantos se dedicaran a los deportes extremos? Entre sus amigos no había ninguno que se hubiera tirado en parapente. Había descubierto una lógica: tres o cuatro fotos decentes y la última era la verdadera. El tipo medio reventado, con gesto triste y de fondo algo poco elegante que había olvidado descolgar. El desliz de sinceridad era agradecido. Estar ahí era como buscar gemas en un outlet. Ella lo sabía: también estaba siendo revuelta como en un box de sweaters a final de temporada, pero creía que su perfil era digno: no ponía fotos de sus veintes ni en malla ni haciéndose la intelectual.
Luego de algunas citas, había descubierto un talento: su intuición virtual nunca le fallaba. Coincidía con chicos que podría haber conocido en un bar, a través de amigos. La virtualidad simplemente la había acercado a alguien con quien, en persona, nunca se hubiera animado a hablar.
ISBN: 978-987-3633-32-4
Número de páginas: 138
Año de publicación: 2022